El número de familias occidentales que acogen a niños de países del Sur se ha multiplicado en la última década. Hoy se producen más de 45.000 adopciones al año. La actuación de la ONG “El Arca de Zoé” ha abierto el debate sobre los límites de las adopciones internacionales. La ausencia de normas reguladoras y de procesos poco transparentes han hecho que las adopciones se conviertan en un negocio.
Según Unicef y Acnur, toda decisión que afecte a un niño se debe tomar en función de su máximo interés. Deber prevalecer siempre el apoyo a las familias para poder atender a sus hijos, y la adopción sólo es prioritaria cuando, pese a la ayuda, éstas no quieren cuidarlos o no son capaces de hacerlo.
En los países del Norte, el abandono de niños por falta de recursos o por ser “no deseados” es una práctica cada día más minoritaria. La educación sexual y la paternidad responsable han hecho que las parejas que tienen hijos quieran y puedan hacerse cargo del menor. Además, las parejas infértiles piensan cada vez más en la adopción como método para ser padres.
Los países que realizan controles exhaustos en los procesos de adopción, con largos procesos burocráticos, desbordan la paciencia de las parejas adoptantes. Además, muchas veces hay una falta de información respecto a dónde deben acudir. Las redes internacionales aprovechan esa situación. La ausencia de normas reguladoras y de control en muchos países empobrecidos facilita este creciente negocio. A veces, se producen “malas prácticas” como el secuestro y la venta de niños por sumas de dinero que pueden llegar a los 60.000 dólares, así como la intimidación de los padres y el pago de sobornos a funcionarios.
Como explica Pepa Horno, responsable de Save the Children “en ocasiones, estos países tienen la sensación de que no son capaces de proteger a los niños de su propio país, y se sienten indefensos e impotentes por su propio futuro”. De ahí que, tras el escándalo de Chad, la República del Congo haya suspendido todas las adopciones internacionales. No obstante, el aumento de controles ha crecido en la mayoría de países desde 2005. No sólo en Corea del Sur y Nepal, donde se han paralizado, o Sudáfrica, donde el gobierno ha prohibido este año las adopciones; también en los países que más niños daban en adopción, China y Rusia, se han endurecido las normativas. Y todo indica a que las medidas serán cada vez más duras.
Los controles para la adopción también se han endurecido en los países occidentales, que han denunciado a países como Haiti y Guatemala. Éste último es el cuarto país en número de adopciones en proporción a su población. Acaba de firmar el Convenio de la Haya sobre Adopción Internacional, que alienta la transparencia y la correción ética, para 2008. Sin embargo, en Guatemala se da en adopción a un menor cada dos horas y media a cambio de cantidades de dinero que pueden alcanzar los 30.000 dólares. Un negocio que implica a funcionarios corruptos, agencias que hacen publicidad en la red y captadores que convencen a las madres prometiéndoles dinero o asistencia sanitaria.
Lo más preocupante es la imagen que, a pesar de los hechos, se está creando en torno a la adopción. Antes no estaba bien vistas por la sociedad, pero el cambio es tan veloz que se ha convertido en una moda, y lo que para muchas madres y parejas es una necesidad, para otros se ha convertido en objeto de negocio. No es raro que alguien pida en la entidad colaboradora información para adoptar a “una niña etíope tan graciosa como la de sus vecinos”. Una petición promovida por la feroz lógica económica de organizaciones. Pero también cuando los medios de comunicación dedican grandes espacios a famosos como Angelina Jolie, Nicole Kidman o Madonna, mostrando la felicidad de tener un “hijo pobre”.
Pero el problema no son las adopciones internacionales en sí. Descartarlas puede ser un grave error. Francia las prohibió durante un tiempo y las consecuencias fueron el cierre de orfanatos y niños sin un techo que cayeron, en su mayoría, en redes de prostitución y delincuencia. Puede que la solución sea, tan sólo, favorecer un proceso más efectivo, información, transparencia y los esfuerzos suficientes para que el Convenio de la Haya sea, por fin, una realidad. Y siempre en función del mayor interés para el niño.
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