A veces suenan campanas en la estación
aunque nuestro tiempo sea carretera;
siempre que nos encontramos
nos reimos de las agujas del reloj,
y no ocurre a menudo
pero la suerte nunca se olvida.
Nacen lo dulce y lo salaz
como nacen los besos entre bocas
y la claridad entre el hambre y la sed
a los que el instinto nos aboca.
Y descubro otro secreto jugando al escondite en tu nuca;
no sé si normalmente los ángeles se visten de demonios
pero por cómo te visten tus ojos intuyo que el truco
está en guardar silencio mientras ese secreto me educa.
Así siento cómo llega el éxodo
y en la cama se acomodan
el silencio, tus ojos y los electrodos
de nuestros cuerpos sin más aforo
que el vuelo de las horas
contigo y nuestra dulce prórroga,
las caricias que sin decir dialogan
al son de tus pupilas cardiólogas
y en mi memoria se acomodan,
en esa cálida y eterna eslora
de lo que adoras y luego añoras.
Desahuciamos a ésta vida rápida
entre las sábanas y otros hábitos,
jugamos durante horas a morar
momentos antes imposibles
y mientras te vi marchar pensé…
Tú que puedes, regálame algo increíble.
Luego sólo nos dijimos:
un abrazo y un beso de andén,
y siempre que te recuerdo sonrío,
pero cuesta despertar...
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