Tras la madrugada, dos párpados nerviosos se suicidan. Deciden decirle adiós al juego de dados, anteponer la cuestión de placer a la de Estado, sutil diferencia entre el ser y el parecer. Salto con ellos por la ventana. Es un decimoquinto piso, pero el asfalto esconde rabias y amortigua el impacto. Los vecinos observan, como si se tratase de un loco. Todavía hago y deshago el tiempo y sé distinguir colores. Pero ladran. Ladran. El miedo les convierte en perros. Admiro sus pupilas. Ya no están ahí. Decidieron escapar.
me encanta
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