“Iba a la escuela […] Me tuvieron tres semanas seguidas en un motel. Cuatro hombres me violaron. Yo gritaba, pero nadie podía oírme porque tenía la boca tapada. También llegaron otros hombres. No pude seguir asistiendo a la escuela. Siento tanta vergüenza y tengo la sensación de que todo el mundo me mira como si fuera una delincuente”. Cuando una niña se dirige cada mañana a la escuela, espera conocer, aprender y divertirse, no que le ocurra lo que a esta niña albanokosovar de 13 años. Sin embargo, según ha denunciado Amnistía Internacional, las niñas son víctimas de la violencia en escuelas de todo el mundo.
La educación es un derecho humano. Los Estados deben garantizar que todos los niños reciben una educación primaria obligatoria y gratuita. En cambio, desde Estados Unidos a China, muchas niñas van a la escuela cada día con miedo. No sólo a estudiantes, sino a profesores, a administradores y a desconocidos. El resultado es que tienen dificultades para aprender, pierden su autoestima y no vuelven. Solo vieron segregación, prejuicios y discriminación, el reflejo de una sociedad machista donde les consideran inferiores. Desde ese momento arrastrarán las consecuencias: entre otras, problemas emocionales y físicos, mayor riesgo de contraer VIH, dependencia económica y una dificultad para reivindicar sus derechos.
El acoso se ha generalizado en muchos países. La mitad de las niñas de Malawi confiesan que han sido presionadas por profesores o compañeros con alguna intención sexual. En las escuelas públicas estadounidenses más del 80% de las niñas de 12 a 16 años lo sufren, y es algo común en Honduras, México, Nicaragua y Panamá. También son numerosos los casos de agresión. Uno de los más recientes es el de la niña violada por cuatro muchachos en el lavabo de su colegio, en Grecia, mientras la grababan con su teléfono móvil.
A ello se suma el castigo corporal, que en 2006 seguía vigente en 94 países. Es inaceptable que a estas alturas aún se azote a las niñas con látigos o cables eléctricos, como ocurre en Haití, o se les arroje ácido, una práctica común en el sur de Asia.
La educación es un derecho humano. Los Estados deben garantizar que todos los niños reciben una educación primaria obligatoria y gratuita. En cambio, desde Estados Unidos a China, muchas niñas van a la escuela cada día con miedo. No sólo a estudiantes, sino a profesores, a administradores y a desconocidos. El resultado es que tienen dificultades para aprender, pierden su autoestima y no vuelven. Solo vieron segregación, prejuicios y discriminación, el reflejo de una sociedad machista donde les consideran inferiores. Desde ese momento arrastrarán las consecuencias: entre otras, problemas emocionales y físicos, mayor riesgo de contraer VIH, dependencia económica y una dificultad para reivindicar sus derechos.
El acoso se ha generalizado en muchos países. La mitad de las niñas de Malawi confiesan que han sido presionadas por profesores o compañeros con alguna intención sexual. En las escuelas públicas estadounidenses más del 80% de las niñas de 12 a 16 años lo sufren, y es algo común en Honduras, México, Nicaragua y Panamá. También son numerosos los casos de agresión. Uno de los más recientes es el de la niña violada por cuatro muchachos en el lavabo de su colegio, en Grecia, mientras la grababan con su teléfono móvil.
A ello se suma el castigo corporal, que en 2006 seguía vigente en 94 países. Es inaceptable que a estas alturas aún se azote a las niñas con látigos o cables eléctricos, como ocurre en Haití, o se les arroje ácido, una práctica común en el sur de Asia.
La discriminación es, por distintos motivos, otra lacra que deja a muchas menores sin su derecho a la educación. El cobro de tasas escolares y otros gastos que se exigen en los centros, constituyen un obstáculo enorme para muchas familias, y las niñas, cuando es necesario elegir, tienen más probabilidades de exclusión. Además, en algunos lugares expulsan a las alumnas que quedan embarazadas. En Tanzania fueron expulsadas más de 14.000 alumnas por esta razón, a pesar de que en muchas ocasiones se debe a casos de violación o matrimonios de temprana edad.
También es preocupante la situación en las zonas de conflicto, donde más de 30 millones de niños no asisten a clases y las niñas son secuestradas por grupos armados, cuando no heridas, violadas o muertas. Un claro ejemplo es Sierra Leona. Durante la guerra civil alrededor de 3000 niñas fueron raptadas como esclavas sexuales.
Frente a estos hechos, muchas organizaciones civiles actúan a nivel local. En Togo, el grupo de apoyo Arc-en-Ciel lucha desde 2005 para evitar el acoso sexual, reducir la propagación del VIH/sida y crear enseñar a las niñas y adolescentes a defender sus derechos. El Programa H plantea otra necesidad en Brasil y México: ayudar a los jóvenes a cuestionar el machismo y promover la igualdad de género. En cambio, deberían ser los Estados los primeros responsables. Si no se acuerda un pacto global con medidas para que se cumpla el Derecho Internacional, será difícil una solución definitiva.
La violencia que hoy padecen estas niñas se reflejará también en las generaciones futuras. El miedo que hoy aprenden en las escuelas lo vivirán mañana en la sociedad. Ante esto, no basta con justificarse diciendo que no hay medios, porque la violencia siempre es evitable. Es cuestión de voluntad política para prohibir toda forma de violencia, apoyar a las víctimas y hacer de las escuelas lo que deberían ser, lugares seguros donde aprender y divertirse como lo que son: niñas.
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