hacia lugares prohibidos
donde en lenguaje cae rendido
a la brevedad de su sentido
y se despoja de las palabras
para quedarse en suspiros.
Allí mis dedos deforman la imagen
de un cielo nublado de miedos
hasta que llueve, y río, y desvelo
a preciosos caballos salvajes
que cabalgan su tierra
sin importarle los charcos
ni lo que el alba hizo hielo,
pues nacieron de sangre y fuego
y es indomable ese latido.
Allí me tumbo a escuchar
cómo las raíces vencen su timidez
y la hierba crece lentamente;
miro hacia el cielo buscando claridad
y, de repente, una estela fugaz
de pájaros que juegan a ser estrella
para reirle a la vida sus caprichos
con una burla inocente.
Allí todo lo que puedo sentir
es todo lo que soy
y no me duda ni mi propia razón.
Despojado de maletas,
ajeno a esa añeja y mala educación
de poseerlo todo
y olvidar cuánto pesa el corazón.
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