Menudo teatro de autómatas
invadiendo las avenidas,
casi chocándose sin mirarse
en su ciego objetivo
de llegar cuanto antes arriba.
Apenas sonríen
si no es ante el espejo
o entre las zarpas de su jefe
por quien se dejan el pellejo,
aplaudiéndole sus trece,
sin pensar en el humillante atajo
que le brindan sus complejos.
Apenas se preguntan
cómo son, qué coño hacen,
por qué han cambiado;
gastan la pausa para el café
pensando cómo mudar la piel
para sentirse menos viejos.
Y de repente un día
no recuerdan quiénes eran,
lo que querían,
y la verdad les dibuja de otra manera,
justificando una distopía
mientras la frustración les envenena
y apartan a los que sueñan
lo que ellos solían.
Cuando no eran autómatas,
y tenían su propio manual
lleno de sinceras dudas,
algunos honestos valores,
naturaleza en sus errores
y resueltas alegrías.
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