Cuando cae la niebla
yo ya suelo andar perdido,
tanto que me hablan de Tú los cuervos
y me invitan a alpiste y bellotas recién robados
de mansiones de otros pájaros y cerdos despistados,
y a beber charcos sin suelas
en los preciosos callejones donde sólo caminan
las sombras de un bello olvido.
En la naranja mañana,
bien comido y borracho de todo menos dudas
me poso en la vida para mirar
cómo una niña arranca, una tras otra,
las hojas de un calendario.
Y a su madre riendo, saltando sobre ellas,
extasiada y casi sin tiempo para respirar
mientras su reloj se incomoda
porque hasta las agujas se rompen solas.
Yo les aplaudo
con las manos o las alas,
y con el pico o con la boca
emito un ¡Bravo!
¡Gracias por existir y por la lección!
Y siento el viento al pasar por el corazón,
que alguna vez y por fín nos dejará ser como él,
un trato con la aorta y lo demás muy poco importa.
Ni ebla, ni monedas ni apariencia ni razón.
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