Me tiré del tren sin tan siquiera
haber visto la ciudad. Sólo un cartel, allí a lo lejos, con el
titular de nosequéespacio. Había visto una preciosa cabaña unos
metros atrás, y el instinto fue raudo. Menos mal.... Soy tan raro
que suspiro en vez de hablar y cuando mi suerte la vio pasar no
pregunté ni por su nombre.
Tan sólo la imaginé con esas locas
ideas en los ojos erizando hasta la corteza del viejo árbol. Tan
sólo la proyecté tumbada, soñando, cada día, un final feliz para
cada corazón noble.
En fin, salté. Quizás allí la podría
encontrar. Yo llevaba guardando aire más lustros que vida tengo, que
no es mucha pero menos poca. Caminando lento, pisando los miedos que
amarré a mis suelas pensando el instante, como si bajo mis pies
quedasen aplastadas las trizas de un esperpento. Pero sin una sola
frase que decir, tengo que confesarlo, desde mi garganta falta de
academias de la lengua que transcriban la boca abierta de mis
silencios.
Pronto lo supe, antes de llegar. Quizás
antes, incluso, de haber saltado. Allí estaba, sí. Con el otoño y
el atardecer confabulando para asesinar la palabra. Cómo
describirla, sin resultar un loco enamorado.
No hojas pálidas antes de suicidarse,
ni una alfombra de hojas caídas que saltan esquivas a nuestro paso.
Su movimiento mientras caen, en el justo instante del mundo
transitando hacia cualquier aburrido estado.
Así es ella, el más bello tránsito.
De ahí mi silencio. También transitando.
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