Tumbados sobre la hierba
dos amigos enseñan a la mañana
lo sano que es reirse.
Pasó una señora
con su perro cagando dramas
y señalaron al sol:
"Mira chucho, un eclipse".
Ya se acostarán más tarde
y harán cola los músculos en la tienda de agujetas,
donde siempre hay muchas y buenas.
Que sarna con gusto no pica y aún menos duele
la cara de las carcajadas
que se les pone trasnochando sobre bicicletas
sin miedo al periódico del día siguiente.
Desmenuzan el Freak Show
de antes de ayer en el Parlamento
en el certamen de la extrema lucidez
que da aprender a frivolizar y partirse.
Con la llana humanidad que les queda
de cuando un déspota les puso a prueba
y le mandaron a una montaña sin GPS,
con una cantimplora sin agua
y un manual en castúo
sobre formas tó agradecidas de morirse.
Y no se levantan del parque
hasta que los litros se han acabado
y el culo de los pantalones está bien verde,
por aquello de agarrar a la vida
y sacarle los colores
a su aburrida escala de grises.
"Parece que refresca,
habrá que moverse",
uno dice.
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