14 junio, 2015

LA AURORA

Hay un meteorólogo diminuto en mis entrañas
dirigiendo con destreza su puntero
hacia las telas de una vieja y confiada araña.

Se pregunta por qué no limpio el invierno
y yo respondo "para qué lo quiero"
en esta primavera que todo lo empaña.

Me pongo fresco para limpiar, 
con la música a todo trapo
y saco una bayeta de esas modernas
con microfibra para un buen rato.

Empiezo a cantar,
sin percatarme de la vecina del quinto
que, insistente, llama;

vivo en un bloque de tres pisos
y a veces no me percato
que si se mide en Alegría todo es distinto.

La de las gafas de sol,
que antes ocultaba la angustia de su laberinto,
denunció y ahora vive sola
con los ojos desnudos de su propia aurora,
las miserias encarceladas y la libertad riendo,
cantándole a todo por puro instinto.

Unos golpes a la puerta, abro;
me enseña un ramo de flores 
y dice sonriente
"a ver si sabes a qué huelen".

Le respondo que a primavera
pues apenas sé de flores, pero creo reconocer
a qué clase de olor se refiere.

"Hay que ver, este muchacho...
¡Que no hombre!¡Que huele a vida!
¡Y eso ni del tiempo depende!"

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