15 abril, 2015

NUESTRAS TRECE

En el solsticio de uno mismo
amanece y el sol se pone con más asombro
y el despiste del joven
para a ser voluntario deleite.

Los niños que rápido querían crecer,
ahora rebuscan en sus adentros
cuánto queda vivo aún de aquellos
tras la deshumanizadora barbarie.

Qué extraña dulzura la del tiempo ¿No?
En su paso insobornable por lo antes futuro
cada vez más diminuto e incierto,
más sensible a la luna de su interperie.

Y qué locura descubrirte revolviendo
a ver si hay cosquillas de tu talla,
para volver a volver a mudar la piel
en el mercadillo de los Yo aún despiertos.

Que según mudamos, crecemos;
por suerte también,
pues sólo así podemos aprender.

A sumarle a una boca abierta dos ojos,
y las incalculables contracciones del músculo
por el que gracias a dos existimos;
y las mentes que nos abren las puertas
de los escondrijos más bellos del camino
en este absurdo caos lleno de cerrojos. 

A dejar de oir para escuchar,
a rozar y no sólo morder la piel
por aquello de saber sentir sin poseer
en el caleidoscopio de bocas
de las muy y muchas formas de comerse.

De correr por el valle y solo pisar
pasamos a querer tumbarnos
y escuchar el viento al soplar la hierba.

De estar frente a una montaña y querer escalar
buscamos una mano amiga o amada
que sepa agarrar la nuestra, llegue donde llegue.

Lo importante ya no es la meta ni participar,
anda que no hemos bebido a morro cambiando
cada rincón de este puto y vacío mundo de mierda;
toca reir el camino sin matar las fuerzas
y parar para respirar... PARA! Si apetece.

Ya lo llenaremos cuando sepamos seguir 
en el nuevo bisiesto de nuestras trece.

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