No hay últimas batallas,
ni sólo armas, piedras, personas caídas
y banderas cosidas a tiros
en los balcones y tras la barricada.
Pierde quien se da por vencido,
del otro lado sólo intuyen o fingen que ganan.
Tan sólo interpretan, dicen perdonar
hasta que tienen en su mano tu corazón
o bajo sus pies tu dignidad,
cuando empiezas a no medir ni tres cuartas
y tu altura les sirve de coartada
para hacerte sentir que vales menos que nada.
Pero la guerra nunca termina;
a pesar de la tensa tranquilidad
que se respira en el corro sin clases
y en el patio sin pausas para el recreo
donde se juntan cada tanto los viejos enemigos.
Sólo existen miedo, indiferencia y ego
y el siempre interesado y variable invierno mental
de un enfrentamiento que nunca llega
pues la mentira siempre viste mejores abrigos.
Querer imponerse o no posicionarse,
eterno binomio de la irrealidad extrema:
animales caprichosos y estúpidos
en libro de la selva, dando vergüenza ajena.
Jugando a saltar sobre la balanza
de una verdad universal, incuestionable e innata:
no ver las sombras de la propia hipocresía
hasta el absurdo día del juicio final,
ese lugar donde ni la nada sirve de nada.
"No sabía yo que, después de todo, me arrepentiría".
Sí que lo hacías,
pero más fácil que luchar es tragar y seguir
como si eliminases al viejo Yo
que nadie aguantaba, abrazaba ni comprendía...
..Ese al que nadie esperaba y ahora no te espera a tí
cuando bajas del tren en tu nuevo mundo
de máscaras con billetes hacia estaciones vacías.
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