calendarios aparte.
Recuperé las constantes
y solo alcancé a preguntar
¿Qué ha sido de ti?
Después de una fría letanía,
viendo su cara cansada, apatía en los ojos
y un protocolo por boca
paré el reloj,
desabroché sus botas,
señalé un charco que hiciera de espejo
y, mientras saltábamos, insistí.
Los mayores no se manchan
aunque ya no les azoten al volver a casa;
el miedo ata con bridas a cualquier rutina,
como una muda amenaza.
Serán ahora golpes de monjas invisibles,
quizás,
su Dios castigando y el ego hecho trizas;
hay reglas
que duelen mucho más que la madera noble
y la piel puede ponerse roja
pero la sangre es lo único que siempre corre.
"Qué ha sido de tí?" Me dio por repetir.
Dime, ahora que te has manchado de valor,
si no es el momento de ir sin huir
a enfrentarte a la vieja que escondes
bajo tu piel aburrida tirando a gris.
Viérterte cubos de agua y sal
como si lloviesen mares
sobre las heridas abiertas
hasta que naufragues fuera de tí
y te rías desde la orilla
del cadáver que te quería muerta.
En plan "venganza sutil".
Sin resaca de penas ni dramas de roca,
saltar si te place,
sumergirte hasta hacerte las paces
y mirar al cielo al salir.
Sentir a qué sabe saberte sin fin,
agridulce como la vida
y hostilmente sincera,
sabiendo que sólo tú te has de consentir.
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