El alma es un palacio que no necesita llaves, un paraíso que nos refleja. Por eso buscamos miradas. En el mundo de la autoridad, de los odios y de los miedos, hay cadáveres vivos que gritan desde cualquier rincón que el alma no existe. Apuestan por su mente, a la que llaman razón, aunque esconda lo peor de ellos y sólo a veces tristes y tremendas dudas; también huidas vestidas de autoengaño.
De tanto sobrevalorar cráneos, muchos mastican intelectos con balances y porcentajes, para ver quién corre a un epicentro llamado poder. Aunque todos tengamos uno de esos, un buen cráneo, una cabeza ahí sujeta, cedemos el orgullo de gobernarlo a cambio de dictaduras, "democracias", monarquías y leyes, por ejemplo.
Mientras tanto, el corazón bombea. Es un músculo, dicen. Lo repiten. Una y otra vez. Pero cuando tengan enfrente al de la guadaña...Verán la vida y eso que llaman músculo de otra forma. Si les aterra acariciando con sus cuencas vacías, con el irremediable final, a su padre, a su madre, a sus abuelos, a un amigo, a un maestro... Tampoco pensarán en un músculo. Después de eso, todos tenemos el corazón en la cabeza, y no al revés. Todos olvidamos ese puto contrato que nos apunta, que nos vigila y nos hace esclavos: somos lo que tenemos, lo que parecemos y aquello a lo que aspiramos; piensa, sigue tu meta; pisa, písales, haz lo que debes; piensa; piensa... Lo olvidan, hasta que vuelven a la normalidad, cuando el tiempo hace de verdugo y lo más importante, lo que quedó, se pierde... Y vuelven a firmar su puto contrato.
Hace tiempo que no siento un músculo. Cada latido es un reflejo y cada mirada es el latido de otro alma, de alguien que acaricia con su vida y esconde un paraíso. Y... No quiero olvidar. No quiero firmar. No quiero ser otro puto cadáver.
De tanto sobrevalorar cráneos, muchos mastican intelectos con balances y porcentajes, para ver quién corre a un epicentro llamado poder. Aunque todos tengamos uno de esos, un buen cráneo, una cabeza ahí sujeta, cedemos el orgullo de gobernarlo a cambio de dictaduras, "democracias", monarquías y leyes, por ejemplo.
Mientras tanto, el corazón bombea. Es un músculo, dicen. Lo repiten. Una y otra vez. Pero cuando tengan enfrente al de la guadaña...Verán la vida y eso que llaman músculo de otra forma. Si les aterra acariciando con sus cuencas vacías, con el irremediable final, a su padre, a su madre, a sus abuelos, a un amigo, a un maestro... Tampoco pensarán en un músculo. Después de eso, todos tenemos el corazón en la cabeza, y no al revés. Todos olvidamos ese puto contrato que nos apunta, que nos vigila y nos hace esclavos: somos lo que tenemos, lo que parecemos y aquello a lo que aspiramos; piensa, sigue tu meta; pisa, písales, haz lo que debes; piensa; piensa... Lo olvidan, hasta que vuelven a la normalidad, cuando el tiempo hace de verdugo y lo más importante, lo que quedó, se pierde... Y vuelven a firmar su puto contrato.
Hace tiempo que no siento un músculo. Cada latido es un reflejo y cada mirada es el latido de otro alma, de alguien que acaricia con su vida y esconde un paraíso. Y... No quiero olvidar. No quiero firmar. No quiero ser otro puto cadáver.