El asfalto ahí fuera duele y quema
pero camino descalzo
pensando en las raíces
que aún quedan bajo las yemas.
Camino con mis razones y valores
guardados en el cinto,
riendo, llorando, dando brincos
y haciendo como que me despisto
si me saludan desde el circo.
La jauría de dudas está en mi cabeza,
sí, pero las dejo salir y vivir
mientras las certezas temen y rezan,
porque confío en la transformación
del todo a partir de cada pieza:
poder fallar cualquier día
mientras el tiempo me endereza.
Que cuando vuelvan me devoren
y me sepan decir,
desde sus nuevos y crudos adentros,
quién soy ahora
que me decidí a distinguir
entre la apariencia y su fondo,
el error y lo cierto.
Haciendo como que estoy solo,
pisoteando las mentiras
que me hacen ser distinto
mientras bailo otro pogo,
desnudando a ostias
lo que me queda de instinto.
Entre malas escenas
escritas con palabras de relleno
sobre este mundo obsceno
y la hipocresía de verbena
que hoy se refleja en mi prepucio:
la paz en las barrigas llenas,
el concepto de lo extremo,
mandamientos con veneno
y lágrimas de antidisturbios.
Y cuando enfría la noche
me vierto en una taza de café
por repasar el poso de sus clichés
a ver por dónde cojea la falsa fé
que esconden todos los fantoches.
Derrochando palabras
porque se para qué valen,
te metería hasta el corazón
pero ni dilatando te cabe.
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