Cada vez que me hablas
veo un puente entre tu boca y la mía
que da vergüenza cruzar;
miro a ver si por debajo
me tiro de cabeza y cada certeza
se vuelve caballito de mar.
¡Qué difícil galopar!
Con las espuelas del tímido
clavándose nada más empezar a trotar;
pasé de sólido a líquido
y según me derretía
empecé a cagarme en la libertad.
Dime qué me das,
sin apenas conocerte,
si esto antaño no me pasaba
y solía navegar
incluso con sirenas trasnochadas
en la barra de cualquier mar.
Será esa creciente capacidad
de desnudar los mismos problemas
con un golpe de mano:
abrir el puño, articular los dedos y a gritar.
Que a mí ya me fusilaron al alba
y prefirieron volver a olvidar,
pero tengo una caseta en cada cuneta
para celebrar la agridulce victoria
de haber aprendido a rechistar.
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