Sigo haciendo apología de su nariz deforme;
unos esquivan a Aquiles obviando sus talones
yo decidí enfrentarme a ellos.
Hay en lo imposible un sabor agridulce,
una esperanza y un dolor desgarradores
y cada vez más profundos pero,
como ella, incomparablemente bellos.
Cuando la veo me siento
un hombre trajeado agarrado a un maletín
que, mientras vende realidad,
se descubre creyendo sólo en sus sueños.
Mi cabeza es así,
me afloja la corbata, me tumba en cualquier parque
y cuando llega la noche
me enseña a interpretar el cielo.
La única manera de transformar el dolor,
dice, mientras señala perseidas,
es declararle su condición de pasajero.
La esperanza es otra cosa
y ni yo me entero de lo que dice
de tanto que titubea.
Siempre se lía cuando se recrea
mi cabeza al merodearte.
La esperanza es otra cosa, sí.
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