Otra vez termina el verano
y según apago las velas me duele alguna primavera
todavía agarrada a las espuelas;
como si fuesen piernas las patas con las que trotábamos.
Aún se inflama mi hipotálamo
no por el tiempo que pasó, sino por cómo lo pasamos;
llegué a creerme caballo salvaje
hasta que me redujo la resaca,
insana emboscada por el bello paraje
por el que a galopamos hasta no sentirnos humanos.
(Humanos... )
Les odio en su mayoría sin contemplaciones,
contando excepciones con los dedos de las manos
¿Cuántos quedan que merezcan la pena?
Si descontamos cobardes y traidores, egoistas y tiranos.
Aunque he de confesarte,
a veces me sorprendo asumiendo roles
¿Se contagia la costumbre o me doblego al hambre
que tienen muchos hombres de venderse aun libres
para, ya en la cárcel, recibir visitas con flores?
Vendidas, por compasión, en rebajas para esclavos.
Escúpeme, si alguna vez me ves tan débil,
con la contradicción anillando mis manos;
un haz solitario y rendido al sol
no puede ser feliz en la oscuridad febril
que le ata a las cadenas de su pasado.
Ni esa eterna noche, sobra de sombras,
incapaz de aceptar que rompas una botella
contra la firme norma de los meridianos.
Hoy la rompo e inauguro el barco...
Si no muero
deséame suerte:
mañana, de nuevo, amanece y zarpo.
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