23 noviembre, 2007

Los niños, lo primero

El número de familias occidentales que acogen a niños de países del Sur se ha multiplicado en la última década. Hoy se producen más de 45.000 adopciones al año. La actuación de la ONG “El Arca de Zoé” ha abierto el debate sobre los límites de las adopciones internacionales. La ausencia de normas reguladoras y de procesos poco transparentes han hecho que las adopciones se conviertan en un negocio.

Según Unicef y Acnur, toda decisión que afecte a un niño se debe tomar en función de su máximo interés. Deber prevalecer siempre el apoyo a las familias para poder atender a sus hijos, y la adopción sólo es prioritaria cuando, pese a la ayuda, éstas no quieren cuidarlos o no son capaces de hacerlo.

En los países del Norte, el abandono de niños por falta de recursos o por ser “no deseados” es una práctica cada día más minoritaria. La educación sexual y la paternidad responsable han hecho que las parejas que tienen hijos quieran y puedan hacerse cargo del menor. Además, las parejas infértiles piensan cada vez más en la adopción como método para ser padres.

Los países que realizan controles exhaustos en los procesos de adopción, con largos procesos burocráticos, desbordan la paciencia de las parejas adoptantes. Además, muchas veces hay una falta de información respecto a dónde deben acudir. Las redes internacionales aprovechan esa situación. La ausencia de normas reguladoras y de control en muchos países empobrecidos facilita este creciente negocio. A veces, se producen “malas prácticas” como el secuestro y la venta de niños por sumas de dinero que pueden llegar a los 60.000 dólares, así como la intimidación de los padres y el pago de sobornos a funcionarios.

Como explica Pepa Horno, responsable de Save the Children “en ocasiones, estos países tienen la sensación de que no son capaces de proteger a los niños de su propio país, y se sienten indefensos e impotentes por su propio futuro”. De ahí que, tras el escándalo de Chad, la República del Congo haya suspendido todas las adopciones internacionales. No obstante, el aumento de controles ha crecido en la mayoría de países desde 2005. No sólo en Corea del Sur y Nepal, donde se han paralizado, o Sudáfrica, donde el gobierno ha prohibido este año las adopciones; también en los países que más niños daban en adopción, China y Rusia, se han endurecido las normativas. Y todo indica a que las medidas serán cada vez más duras.

Los controles para la adopción también se han endurecido en los países occidentales, que han denunciado a países como Haiti y Guatemala. Éste último es el cuarto país en número de adopciones en proporción a su población. Acaba de firmar el Convenio de la Haya sobre Adopción Internacional, que alienta la transparencia y la correción ética, para 2008. Sin embargo, en Guatemala se da en adopción a un menor cada dos horas y media a cambio de cantidades de dinero que pueden alcanzar los 30.000 dólares. Un negocio que implica a funcionarios corruptos, agencias que hacen publicidad en la red y captadores que convencen a las madres prometiéndoles dinero o asistencia sanitaria.

Lo más preocupante es la imagen que, a pesar de los hechos, se está creando en torno a la adopción. Antes no estaba bien vistas por la sociedad, pero el cambio es tan veloz que se ha convertido en una moda, y lo que para muchas madres y parejas es una necesidad, para otros se ha convertido en objeto de negocio. No es raro que alguien pida en la entidad colaboradora información para adoptar a “una niña etíope tan graciosa como la de sus vecinos”. Una petición promovida por la feroz lógica económica de organizaciones. Pero también cuando los medios de comunicación dedican grandes espacios a famosos como Angelina Jolie, Nicole Kidman o Madonna, mostrando la felicidad de tener un “hijo pobre”.

Pero el problema no son las adopciones internacionales en sí. Descartarlas puede ser un grave error. Francia las prohibió durante un tiempo y las consecuencias fueron el cierre de orfanatos y niños sin un techo que cayeron, en su mayoría, en redes de prostitución y delincuencia. Puede que la solución sea, tan sólo, favorecer un proceso más efectivo, información, transparencia y los esfuerzos suficientes para que el Convenio de la Haya sea, por fin, una realidad. Y siempre en función del mayor interés para el niño.

02 noviembre, 2007

El zoológico de los ricos

Más de cien mil turistas visitan cada año las favelas de Río de Janeiro para comprobar con sus propios ojos cómo se vive allí. Es uno de los nuevos servicios que ofrecen algunas agencias de viaje: el turismo de pobreza. En su búsqueda de una experiencia “auténtica”, como si se tratara de un deporte de riesgo, circulan por los barrios más empobrecidos de las grandes ciudades. Muchas veces lo hacen en jeeps camuflados y no es extraño que los habitantes de estas zonas sientan que están en un zoológico humano. El denominado poorism convierte, de manera vergonzosa, la pobreza que sufren cada día millones de personas en un próspero negocio.

El Favela Tour fue el punto de partida. Turistas europeos y norteamericanos visitan desde hace quince años las favelas de Río de Janeiro. Por unos 60 dólares consiguen su visita guiada con historias de robos, de narcotráfico, de policías corruptos y otras historias de estos lugares, donde vive un tercio de la población y donde entre el 2002 y el 2006 el número de niños asesinados duplicó al de niños muertos en la franja de Gaza. Pero la miseria no es un impedimento para los negocios de estas empresas. Al contrario, la han convertido en su gran baza. El ejemplo más claro es el tour por Rocinha, el barrio de barracas más grande de América Latina. Si al principio lo visitaban unas 15 personas al día, ahora cuenta con miles de turistas cada semana que se deleitan con una realidad que para ellos no es más que un espectáculo.

Lo más preocupante es que este modelo de turismo se está expandiendo. En 2005 comenzó en Buenos Aires el Villa Tour, que anima al turista a sobrevivir durante una noche en zonas conflictivas como la villa 31. Estos servicios se promocionan también en Sudáfrica, India y México, e incluso en ciudades de países industrializados como Holanda y Estados Unidos.

Hay otras modalidades de “reality tours”: los organizados en Tailandia y Sri Lanka tras el Tsunami en 2004, o los que llevaron a muchos turistas a visitar Nueva Orleáns tras el huracán Katrina en 2005. En Sierra Leona hay viajes por zonas restringidas cuyo atractivo reside en la posibilidad de ver explosiones en directo. Y a estos se suma el llamado “turismo piquetero”: algunos jóvenes europeos permanecen durante unos días en Argentina con una familia de piqueteros para vivir las protestas.

Son las múltiples caras del turismo de pobreza, que las agencias justifican como una buena forma de ayudar a estos barrios. Aseguran a los turistas que el dinero recaudado será destinado a fundaciones benéficas para proyectos sociales. En cambio, la mayoría de las veces se trata de una farsa y, cuando hay ayudas, estas no suelen superar el 4% de los beneficios, según un estudio de la Brock University canadiense. Las fundaciones comprueban entonces que la promesa es, como mucho, el falso compromiso con el que guardar las apariencias.

Otro argumento muy defendido por los promotores del poorism es que fomenta la sensibilización respecto a la pobreza; sin embargo, uno se pregunta cómo puede hacerlo si su principal motor es la perversa curiosidad de quienes sólo buscan un espectáculo similar a los que ven día a día en televisión. Como Secret Millonaire, un reality show que la cadena británica Channel 4 emite el próximo mes. Cinco millonarios jugarán a vivir durante diez días en barrios marginales ingleses con el subsidio de desempleo.

El periódico inglés The Guardian publicó un reportaje muy revelador sobre el poorism en Nueva Delhi. “Aquí es donde viven los niños de la calle”, explicaba una guía a los turistas mientras sonreía. “No sé por qué la gente viene y nos mira”, se preguntaba Babloo, de unos diez años, poco después.

La pobreza es el resultado de un sistema injusto del que somos partícipes y, por tanto, responsables. Todos deberíamos luchar contra ella y, del mismo modo, nadie debería sentirse tan ajeno como para ser un simple mirón y contemplarla sin inmutarse. El turismo es una forma de conocer lugares, personas y culturas, pero no puede ser otro medio más para perpetuar la pobreza. Y menos aún un turismo tan perverso que no respeta ni la dignidad de quienes la sufren.