29 abril, 2010

La princesa invisible

Doblo la esquina y la veo,

diosa del tedioso merodeo

en las tarimas del deseo

donde babean los reos

de la triste moral farisea,

donde ella no quiso jugar

pero, presa del destino fatal,

tuvo que afrontar la odisea.


Con varios años ya de más

siente su vida ya de menos,

aún esperaba poder escapar

cuando advirtió que a veces

las uñas se agarran al suelo

y solo para atraparte crecen.


Niña de una sonrisa preciosa

y en principio feliz,

creció entre el piropo albañil

y las broncas en casa

que convertían el rosa

en color angustia, lágrima añil

que le dio la pobreza

cuando se fue la esperanza

y no sabía cómo salir.


Escapaba cada mañana

por la ventana de sus pesares,

hacía equilibrios y malabares

sobre los rayos del sol

que tapaba con sus pulgares.


Subía a nubes abstractas

para pintar en el cielo sus iniciales,

jugaba con consonantes y vocales

y cogía trocitos de lluvia

por si los necesitaba de retales.


Era su momento,

escapar del tiempo

para olvidar el tormento

que sentía muy adentro,

allí donde uno prefiere

incluso estar muerto.


Pero no podía evitar

el punto cero de sus miserias,

las palabras que sonaban a ostia,

el pan duro en mesas de histeria,

y caía del sueño, cara B de la noria,

y callaba sin rechistar...

"Otro día más", se decía.

Otro más.


Así empezó el aterrizaje,

en la calle de los billetes de cincuenta,

del chantaje en bolsillos de trajes

al brillo de piedras de grandes linajes,

la ilusión efímera del hidromasaje

y nunca pagar la cuenta.


Hasta que se vio sola en la cuneta,

cuando cambió el olor del viento

y el ricachón otro capricho se inventó,

entonces se sintió vulgar en el balcón

donde mueren todas las cometas.


Tras kilómetros de penitencia

en un bar de carretera

volvió a sentir la luz de la noria,

a olvidar el agujero

donde siempre cayó por inercia.


Unos ojos tan tristes

como los suyos, tantas veces,

le invitaron a un trago

de soledad sin estragos

compartida con la delicia

de poder tenerse al lado,

delicia que, por supuesto,

no desperdició.


Y entre palabras

y miradas cómplices

giraron las hélices

del Abracadabra,

quisieron salir de allí…

Él no le prometió nada,

ella no soñó ni media;

sólo le pidió escapar

de sus recuerdos-asfixia

para que la estela del ahora

consumiera la hoguera

de sus propias nostalgias.


Nadie supo nada más de ellos;

dicen que descansan en una estrella.

24 abril, 2010

Suelo...


...querer volar hacia el fuego,

aunque sea como Ícaro,

con simples alas de cera…


El miedo a quemarme es pasajero,

siempre decide quedarse fuera

cuando se abren mis párpados

y su belleza me dice “pálpalo,

el indescriptible tacto de la quimera”.


Suelo buscar para mis ojos

el color de una señal precisa,

la envidia de todo reflejo:

sé que hay sonrisas preciosas.


Suelo mantener a mis sueños rehenes,

quiero darles un pasaje para que esperen,

día sí y día también,

el extraño tic-tac que aviva los andenes

cuando pasa el tren

de quien por quién eres siempre te quiere,

de quien quieres siempre por quién es,

siendo, dejándote ser.


Suelo vivir donde nadie me pide

algo a cambio de algo,

donde sin riendas cabalgan

el Tú y el Yo que sin miedos viven…


Allí, donde el nosotros se siente libre

porque se acabaron los dueños,

ahora envidiosos en telas de araña,

y somos para la sed y el hambre,

para bebernos y comernos sin timbres,

ni una sola prisa antes del postre.


Y suelo ser abecedario de los Suelo

en busca de tonterías que decirle,

recorrer palabras, buscar un cielo

de osadías sentidas para regalarle

por si algún día entiende por qué

suelo pensar sandeces a diario,

como que besar su piel sí es utopía

y conquistar la miel sus labios,

y abrazar el secreto imperio…

Hasta dejar su alma sin lencería.


En fin… No existe más frontera

que la piel de la palabra por decir…

“Déjame que te piense sin pensar

en pensarte, que todo prenda

aun cuando nadie lo comprende”,

le dejó escrito mi inconsciente

en una nota antes de partir.

21 abril, 2010

El sutil encanto de la obsesión



La sangre sobre la nieve es más roja, y a Carol le costaba olvidarla. Tras horas acumulando obsesión en duermevela, había pensado volver a borrar de la entrada de casa aquel excéntrico espectáculo visual, pero estaba cansada. Día a día, al volver del trabajo, se encontraba la misma bienvenida. Le resultaba repulsivo. Un enorme charco de sangre atravesaba la puerta principal y dejaba un perfecto rastro que recorría, como un líquido hilo rojizo, toda la casa de punta a punta, desde la entrada hasta el cuarto de su hija. Harta de la situación, Carol decidió hablar seriamente con ella. Abrió la habitación y allí estaba, plasmando con sus manos la alegría momentánea en un lienzo lleno de garabatos indescifrables. Según observaba su sonriente mueca, imaginaba el modus operandi que, de nuevo, seguiría la diminuta genio tras acabar el cuadro. Cortar en diminutos pedazos el cadáver y enterrarlo precisamente donde ella tenía sus plantas. Un quehacer al que Lara se había acostumbrado sin ningún tipo de consideración hacia su madre ni su estricto concepto del orden. Así que decidió ser tajante y zanjar de una vez por todas el asunto con la pequeña artista.

- Hija… ¿Otra vez?- Le preguntó finalmente, sin que Lara saliera de su aparente trance.

- Mamá, lo siento, pero no puedo evitarlo. Según abro la puerta, es ver sus cuerpos y pensar en todo lo que esconden y me sale solo…- Por su cara, y a pesar de que estaba harta, a Carol le resultaba sumamente difícil, incluso doloroso, pedirle que se detuviese y castigarla. Además, estaba claro que la niña recurriría a su clásica serie argumental. ..- De lo contrario, piensa en lo aburrida que estaría, por no hablar de todo el dinero de clases de música, deportes o cualquier gilipollez que os habéis ahorrado. Además… ¿No ves cómo me pongo cuando veo salir la sangre y empiezo a crear? Mamá, me siento la hija más afortunada del mundo. O…. ¿No quieres que sea felíz?- Preguntó para acabar, sin duda en un último intento hasta entonces efectivo de ablandar a su progenitora. Sin embargo, Carol lo tenía claro; hay límites en ésta vida que no se pueden sobrepasar.

-…Haz lo que quieras hija…Pero no quiero volver a decirte esto, porque sabes de sobra que me saca de mis casillas. Si manchas algo, ¡lo limpias!