29 junio, 2008

Apaga esa luz


Apaga esa luz. Dile a la luna que sea muda esta noche. Ella sabe que a veces necesitamos que el mundo calle y escuche, aunque sea una sola vez, tan sólo una, lo que esconde el silencio tras los pasos del grito y del llanto.

Apaga esa luz. El alma, quiera o no, es una perpetua prisión cuando no deja volar sus pasiones. Entre destellos, lo nota y se pierde mientras cada miedo ríe victorias. Por eso la condena es una vida hilada de improvisaciones.

Dile a la luna. Susúrrale que eres otro ser, otra noche. Quizá cuando el infinito nos ilumine bebamos de su luz sin dejar que nos queme, tumbados sobre la cima, que es la inmensa paz que piensa el camino para que podamos afrontar el mañana, aunque un triste amanecer se vista de amenaza y dance con el imperio del odio detrás de la ventana.

Ella sabe que alguien quiere despertar otro día con los párpados en alerta; quiere que jueguen a ser dos, a elevar la utopía que esconden sus ojos para recoger con una sonrisa cada mirada.

Quiere que pienses una sola vez, tan sólo una, qué te lleva a creer que es imposible tirar tú mismo los dardos y buscar tu ansiedad en cada segundo. Qué te lleva a caer, en lugar de reptar, si es necesario, hasta que despunte el alba.

Cuando sientes el silencio, escuchas más que nunca porque te encuentras a ti mismo, con tu fantasma, con tu sombra.

Cuando os sentís en silencio, la escuchas más que nunca porque sus pupilas susurran todos los versos que nunca recitaron sus labios. Y te encuentras con su fantasma, con su sombra. Entonces sabes, por fin, qué es eso que alguien llamó “magia”. A veces no lo sabes; pero lo más precioso de conocer a una persona es poder intuirla según te da la bienvenida y dejar que ella se descubra según abandona su prisión.