10 enero, 2016

ÉRASE UN NIÑO GRANDE

Érase una vez un niño grande
con un tesoro metido en un cesto de mimbre,
aguardando cada día salir del trabajo
para volver a abrirlo y poder jugar con él.

Su mujer le escuchaba reir en un cuarto,
el único vacío de la casa
salvo algún que otro trasto
y abría la puerta apresurada ¿Qué pasa?

Él resumía: "Aquí, jugando"

A escondidas, cuando él no estaba,
ella abría la habitación y el cesto,
pero nunca encontraba nada.

Aguardaba entonces a que llegara,
a que subiera y a escucharle reir
para, rápido, irrumpir en la sala
con cara de Inspectora de Hacienda.

Y él siempre con esa parsimonia,
diciendo Hola
como quien tiene hechas las cuentas.

Espió a hurtadillas su teléfono,
buscó entre la vieja correspondencia
aquella mujer curiosa
ya corrompida hasta por los celos,
de no saber ni preguntar
por las extrañas circunstancias.

Aquel viejo cesto de mimbre que,
cuando se divorciaron los padres de él
y tuvieron que cambiar de ciudad
extravió el camión de las mudanzas.


El cesto que encontró décadas después
y, aún dentro, el latido de un viejo músculo,
su corazón y con él,
latiendo desde el recreo del mismo Ayer,
como si fuese la primera, cada vez,
del coleccionista de la propia esperanza.

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