23 octubre, 2015

PÓLVORA Y MIEL

A veces la luna se esconde
y me cuesta varias cervezas ver bien
para unir los márgenes del río.

Si soy noche no me fío,
los laterales del puente son nadies
enfrentándose al equilibrio de sus pies.

Ahí abajo saltan peces,
nacen circulos concéntricos
me despisto...
¿Cómo serán los que trace
al caer?

Me sujeto al mundo justo por donde me visto,
agarrotados como zarpas innatas:
difícil es cruzar sin ellas si no cuidas tu fé.

La tentación es fácil pero más el Ego,
luego piense/o no/ que/ aun sin querer/ existo
la oscuridad es un término confuso
capaz de hacernos tanto confiar como estremecer.

Dile a un borracho cómo salvarse
y se suicidará para reirse cuando le llames cobarde:
yo ya lo hice y renací sólo por joder.

No sabría explicar lo que aprendí,
ni la exacta parte de mí que entonces destrocé.

Pero ahora esa inspiración no duele,
la luna sale sola y ya no queda nada,
solo un recuerdo que, según escribo, se borra
de aquel puente que nunca crucé.

Bombas y resaca,
espectáculos sentado en la orilla,
pólvora y miel.

DOS NADAS QUEMADAS

"Mirándome fijamente no te vas a comer nada",
dijo, a unos siete metros,
con la leve brusquedad que puede alcanzar una mirada.

Yo era entonces aspirante a borracho
haciendo una pasantía en la sala de operaciones
donde se salvan nueve de cada diez madrugadas
y pasé de largo a su lado
con el orgullo barato que gastan los novatos
pensando dejarle con las ganas.

Quién me iba a decir, años después,
que lo recordaría tan bien al volver a verla,
siendo ya un reputado cirujano
en la sala de los indomables pensamientos
donde no te salva de tí mismo
ni uno sólo de cada diez espasmos.   

"Pedirte fuego es poco menos que una coartada",
le dije, a medio milímetro
de un incendio y dos nadas quemadas.

EL CLUB DE LOS NIÑOS INGOBERNABLES (III): AIKO

Bajo la leve luz de una tarde otoño
las hojas del libro huelen a verano
y un lector vuelve a ser niño
jugando con Aiko a hacer palmas
rodeados de caballos salvajes
en el valle de un recuerdo ya lejano.
Ya no es Turquía un país
al que viajar para olvidarte de todo;
al pasado sólo se regresa
bajo la leve luz de una tarde de otoño.
Y yo regreso si me despisto,
si el flash evoca y vuelvo a ser niño,
y siendo niño me enamoro.

EL CLUB DE LOS NIÑOS INGOBERNABLES (II): CÓMICS

No hay héroes del día a día en los cómics,
madres cambiando canelones por golosinas
en raves tras sesiones de Dirtyphonics.

Estampas cotidianas,
el niño que no observa pierde alas
y ejemplos para aprender a volar
de una forma más libiana,
con paradas en robustas ramas...

Cada otoño en cada arboleda
mira a cada pletórica primavera
con un caro invierno por saltar.

Cada paz exige una guerra y ya está.

Mi madre cierra el catalejos,
frunce el ceño
y concluye: niño, hay que luchar.

ANATOMÍA DE NUESTROS MUERDOS Y DELIRIOS: DÉJÀ VU

Viví tanto y tan rápido
que ahora me cuesta sentir incluso nada.

Tan de golpe sentí
que la vida hace saltar la sangre
de las bocas abiertas mirándose absortas
en el ring de un eterno déjà vu,
sin más toalla que una roída, sudada y gris.

Y todos se niegan a tirarla ahora;
nadie quiere claudicar por mí
a pesar del coágulo, la garganta, la soga;

Tanto y tan rápido
que sin querer me arrodillo para implorar:
no la tiréis, 
dejad que me arranquen la memoria.

20 octubre, 2015

RENACIMIENTO (V): MUTUO INFINITO


No tengo musas ni las evoco
como esos aspirantes a poseer también por escrito
en la escuela de egoistas
que hasta ajustadas las cuentas no se dicen malditos.

Yo a ella la convoco
a crear y destruir juntos nuestro mejor cadáver exquisito
y después follarnos contemplándonos
en los lienzos y folios hechos polvo tras el Mutuo infinito.  

Moriré siendo ceniza mojada si termino solo
o una de dos llamas en un pequeño incendio aún por conocer.

Nunca tierra seca, nunca un ser vacío
con el rencor vaciándome
tras tanta obra de am/arte al pigmento vivo,
erizando la tinta roja bajo la piel. 

UN CLUB DE LECTURA

Hay quimeras en la azotea
quemando las costuras de varios viejos disfraces,
viendo pasar las balas perdidas
que durante el día quisieron matarlas.

Ahora vagan solas y sin carne alguna
haciendo uves con su frío tintineo contra el suelo;
acústica de realistas muriendo por las calles. 

Y ahí arriba mirando con la duda,
en la más poética de sus muchas intrigas
doce quimeras y un Club de lectura.

Hoy toca el novelista de las muertes justas.

Debaten sobre si deben ser lentas,
se disputan el lenguaje con diversas y vagas razones,
hasta que algo les despista:
la vida, su osada luz de fondo, amanece.

EL VERDE Y LA MIEL

Cream, John Mayall, Isaac Hayes
rompiendo los acordes del tiempo,
la muerte, la tristeza, los altavoces.

Conduzco al atardecer entre estampas secas
escapando de ellas mientras el sol muere detrás
con el verde y la miel en los ojos
sólo para decirte que ya no temo la oscuridad.

Casi diez años han tenido que pasar,
debajo de los charcos, pisando las tormentas,
enfriándome al sol, quemándome la nieve,
regalándole pelos a la almohada y la bañera.

Diez años casi recordando tus lecciones,
la serena algarabía de tu mirada
diciéndome en silencio que no,
que por encima de todo seremos quimera.

Y escapar de la gente mala,
y destrozarme vivo arrancándome las contradicciones
por no perder mi poca humanidad.

Escribiendo para comprendernos.

Y buff... Si tú me leyeras,
si supieras
que hoy, por primera vez, te puedo visitar.

Por fin como tú mereces,
con el verde y la miel en los ojos,
cerca de tí me sentaré.

Y cantaré sin saber cantar
y sonreiré bien hondo al confesarte que ya sé
por qué preferías las caras B.

Después volveré, 
cuando el sol diga que aún espera
y conduciré con el verde y la miel
de mirar también a través de tí
los imposibles de nuestra vida entera.

14 octubre, 2015

A QUIÉN GOLPEAS

Cuando empiezo a escribir salgo de mí;
mientras salgo de mí, me escribo.

¿A quién cojones escribo entonces?

Poco saben de eso las ¿muchas? letras,
                                                    "signos" y (espacios)
que unen palabras e hilan versos
                                                      y puntos y aparte.

Sólo mi puño podría ser testigo...

¿A quién GOLPEAS cuando escribo?

                   ¿Al folio 
                         o 
                      a mí?

Menuda retórica la de este espejo
de tinta, de tachones, de dudas.

Hoyos aleatorios en el camino,
puedo caer pero quién me encontrará.

Dudo que alguien
                                mientras 
                                                 sigo.... 

13 octubre, 2015

INTACTA

Cincuenta y dos años después, Lucía volvió de la mayor guerra que nadie en el mundo pueda recordar dentro de alguien. Vio un letrero medio caído y detrás la que fue su casa, con las paredes desvestidas por el abandono y las enredaderas creciendo despreocupadas. La rodeó con pasos lentos pero ya decidida a empezar de nuevo y, según se acercaba al columpio que su padre construyo en las traseras de su entonces resplandeciente hogar, sintió temblar la tierra. Como golpeando los relojes y calendarios que rigen el ritmo del mundo. Como si, cincuenta y dos años después, su vida recobrase el sentido de cada uno de sus sueños sitiados.

A cada paso, dos golpes de tambor, y otros dos, y otros dos, cada vez más firmes y claros. Ya allí, con sus dedos acariciando una vieja rueda de tractor colgado entre dos cadenas oxidadas, parecía abrirse el suelo de arena ante las arrugas de su cara. Desplazó la rueda con una mano para escarvar debajo con la otra y, después de un rato, ahí estaba. Tal y como se había dejado, dentro de esa vieja lata. Una niña latiendo, intacta.

¡SIMPLE!

Notas caen del cielo en una tarde gris y la garganta de Sam Cooke desgarra las nubes para decirle a los charcos pisoteados que nada llueve como la esperanza. Hay una honda alegría, una testaruda inocencia donde su voz necesita posarse. En la habitación 706 de un hospital de Salamanca un caballero de 88 años recibe la noticia: el amor de su vida va a visitarle.

Recompuesto sobre la cama y aun después de una dura operación por la que apenas puede moverse, resuelve pedirle a su hijo que le afeite. Péiname, dame esa colonia que tanto le ha gustado siempre y dile al médico que quiero recibirla sentado, le dice. Aunque sentarse duele, poco le importa. Simplemente quiere esperarla. Ya sentado en el sillón, aguardando su llegada con la vista clavada en la puerta, el trasluz de las ventanas queda reducido a cero por el brillo de sus ojos de niño.

Las pupilas que esperan son las que más brillan, concluye una enfermera que pasa por allí y, sin ser alcahueta, se detiene a mirarle, sorprendida. Las pupilas que esperan recorren el pasillo, bajan las escaleras, queman las ruedas en cualquier distancia y abren con premura la puerta de su casa para besar el día con el deseo amaneciendo entre dos bocas.

Dicen que desde que nacemos nos acompaña una sombra. Unos hablan de la luz y otros de la muerte, pero, en realidad, poco saben de la muerte los segundos y menos aún de lo que vale la vida. O eso pienso mientras imagino a ese caballero sentado, esperando su vida entera.

Notas musicales desgarran nubes en una tarde gris. De un edificio sombrío sale una luz distinta, como riendo por las retinas, y nada tiene que ver, de primeras, pero la voz de Sam Cooke se siente aclarada. El corazón de ese hombre siempre estuvo ahí. 

¿Qué constata eso? Se preguntan las dudas que contemplan la escena desde los ventanales abiertos de su templo para insomnes ¡Simple!, concluye una. Que sí existe el amor eterno.

ANATOMÍA DE NUESTROS MUERDOS Y DELIRIOS: INTERLUDIOS (III)

Una luna blanca y llena flota en sus ojos mientras me habla. Pienso que sólo en una parte del planeta es noche y sólo esta parte de la noche es mar. Se refleja en ella mientras me habla, esa blanca y llena luna que flota. Me he despistado. Estamos sentados en un parque y ella lleva un rato diciendo, encadenando palabras que no quiero escuchar. Por primera vez, desde que recuerdo, no quiero. Y sólo oigo, mientras me despisto en un viaje intermitente. Salgo de mí y entro en esa luna, con mis brazos y mis piernas para zambullirme, bucear en algún bonito recuerdo y a continuación subir y estirarme. Flotar boca arriba, haciéndome el muerto ¿Acaso no es eso lo que quiere? Matarme, en ese sentido metafórico que suele doler mucho más que cualquier otra verdad. "Creo que debemos darnos un tiempo", concluye. Menuda indeterminación, para alguien capaz de reflejar cualquier universo. Salgo del agua, me levanto y afirmo con indiferencia. Ya caminando, según me alejo, miro hacia arriba. Una luna blanca y llena flota. No cuelga ningún reloj... Camino sin más.