Cream, John Mayall, Isaac Hayes
rompiendo los acordes del tiempo,
la muerte, la tristeza, los altavoces.
Conduzco al atardecer entre estampas secas
escapando de ellas mientras el sol muere detrás
con el verde y la miel en los ojos
sólo para decirte que ya no temo la oscuridad.
Casi diez años han tenido que pasar,
debajo de los charcos, pisando las tormentas,
enfriándome al sol, quemándome la nieve,
regalándole pelos a la almohada y la bañera.
Diez años casi recordando tus lecciones,
la serena algarabía de tu mirada
diciéndome en silencio que no,
que por encima de todo seremos quimera.
Y escapar de la gente mala,
y destrozarme vivo arrancándome las contradicciones
por no perder mi poca humanidad.
Escribiendo para comprendernos.
Y buff... Si tú me leyeras,
si supieras
que hoy, por primera vez, te puedo visitar.
Por fin como tú mereces,
con el verde y la miel en los ojos,
cerca de tí me sentaré.
Y cantaré sin saber cantar
y sonreiré bien hondo al confesarte que ya sé
por qué preferías las caras B.
Después volveré,
cuando el sol diga que aún espera
y conduciré con el verde y la miel
de mirar también a través de tí
los imposibles de nuestra vida entera.
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20 octubre, 2015
14 junio, 2015
DOS ESTRELLAS
El bebé que al rato fue persona
hecha y derecha,
y poco después justo al revés,
de nuevo pequeña,
abrió sus ojos de golpe
al mojarse el quitasueños
y moverse al son del viento
hasta desengancharse y caer.
Era noche de tormenta,
contra todo convencido pronóstico
del hombre del tiempo...
¿Cómo iba a poder asegurar nada él?
De haber anticipado
unos ojos tan brillantes y abiertos.
El niñó gritó
un miedo ininteligible en significante
pero muy claro en su contenido;
asustó hasta a la luna,
entonces en pleno cuarto creciente,
tal que puso su tobogán
a disposición de los ángeles capaces
de menguar el insoportable alarido.
El niño vio entonces dos sombras
y sin apenas descubrir de quienes eran
giró su universo recién nacido.
Una protectora y llena de coraje,
con las arrugas preciosas de saber luchar
y el ceño fruncido de aún poder mucho más
clamando al tam-tam del sacrificio.
Otra, más pequeña y similar a él,
niña-adulta-niña según qué sastre la mida,
según la memoria o el presente,
según qué sonrisa corra libre y persiga
al pájaro loco que picotea su olvido,
el amor y la vida a puñados repartidos
en el campo de círculos donde crece el trigo.
Él se giró a mirar y con tan sólo creer
empezó a volver a respirar,
a dejar de llorar y poner
la mueca oficial del genuino bebé.
Ocurrió mentras discutían el tema capital:
cómo secar las mejillas tristes,
cerrar los ojos y calmar las pequeñas manos
que se agarraban a sus meñiques
como si la alegría dependiese de su siembra.
¿Estaban acaso equivocadas?
Tras esa paz de apretones y estrechos improvisados
que a las sombras sucedían desbocados
para dejarle sentir y ser sin una sola prebenda.
El niño hoy avanza libre gracias a ellas,
y el hombre también,
pues así ¿Quién quiere dejar de crecer?
A gatas, a tientas y cabalgando sin riendas...
Recordando que tras aquellas sombras
se asomaron, clamando paz,
las dos estrellas más preciosas
que nadie vio brillar en su primera guerra.
04 febrero, 2015
Ciudad cero (Ángel González)
Si nunca leyera y viese éste inabarcable mundo
con la extraña dulzura de tí y de otros,
apenas sabría cómo encontrarnos
en las infinitas formas de pensar al mirarlo todo.
https://www.youtube.com/watch?v=y3dilm2Endk
con la extraña dulzura de tí y de otros,
apenas sabría cómo encontrarnos
en las infinitas formas de pensar al mirarlo todo.
https://www.youtube.com/watch?v=y3dilm2Endk
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