21 abril, 2008

Alma desnuda

Sucede que me canso de ser hombre,
como Neruda,
harto del alma débil, llena de hambre,
colmada de dudas
que a duras penas siente la condena
de un presente incierto
y un futuro cargado de veneno,
alma que vacila sobre un precipicio,
siempre pendiente de un un fino alambre,
siempre bailando entre trapecios…

Vi a mi alma mirarla desde un rincón,
preguntarse por los recuerdos más grandes,
más bonitos, más suyos, lo que quedó
mientras ella lo guardaba todo
por si tuviera que preguntarle
qué cambió, qué pasó con el fuego,
con el calor que trazaban sus dedos…

Sus labios iban recitando versos
de poeta roto, de esos que caminan
sin voz ni voto recitando rimas
por si le hicieran volver a caminar…

Sucede que a veces me canso de ser alma,
casi como Neruda,
pero ahora quiero ser un pájaro sin nombre
y dejarla desnuda.

Vago por las calles de la luna,
esas que pierden una estrella
por cada recuerdo, triste,
esas que se quedan sin destellos
por cada sonrisa rota,
esas que esta noche brillan menos
por cada vuelta que añoramos.

A gritos por los rincones de la ciudad,
como un muñeco de trapo
que nunca tuvo certezas ni fe,
pido que no me atrape esta maldita sed,
que me arranquen la memoria,
que me olvide la nostalgia
y nadie me pida más sueños,
cuando las madrugadas son tan frías
como este puto día sin peldaños.

Y le ruego al espejo
que esconden sus ojos:
ábreme el alma
y dime, no sé, dime algo…
Hay letargos demasiado amargos,
insomnios de lágrima embargan
el sentido de este latir incierto
que unos días dice que estoy vivo
y otros declina: estás muerto.

Acostumbrado a escuchar la marea,
sé que la realidad nunca será
como uno quiere que sea,
que duele no entender las palabras
que buscaste en tu azotea
y cuesta afrontar la odisea
cuando no te alumbra

ni tu propia sombra.


Y vuelvo a rogarle al espejo
que esconden esos ojos:
no quiero ser alma,
sólo ese pájaro sin nombre
al que alumbre la luna
y vuelvan a acariciar
las sombras de tus manos…

Sólo ese pájaro sin nombre
que aprenda a volar,
desnudo.

08 abril, 2008

El hombre de la pecera


Cuando aun era un niño, solía divagar con un amigo sobre la existencia de un extraño personaje al que llamábamos “el hombre de la pecera”. Pensábamos que era posible que a través de aquellos cristales mágicos pudiera vernos mejor y controlarnos. Por eso, siempre nos despedíamos, entre risas, con la consensuada amenaza: “¡Eh, no lo olvides! El hombre de la pecera te controla”. Más tarde descubrí en la distópica novela de George Orwell, 1984, que no habíamos sido demasiado originales. Pero desde hace unos años me planteo si toda esta paranoia no está yendo más allá de la ciencia ficción. Quizá el hombre de la pecera exista o el Gran Hermano nos vigile.

No creo que a los trabajadores de Lidl les parezca ciencia ficción su situación laboral. La cadena de supermercados les espía con microcámaras para redactar informes sobre ellos donde apuntan rasgos íntimos de su personalidad como “empleada introvertida y de aspecto ingenuo”. Intuyo que tampoco es ficción para los currantes de otras tantas empresas que revisan su correo personal, graban sus conversaciones con amigos y familiares o vulneran de cualquier otro modo su derecho a la intimidad .

Supongo que no les causaría tanta impresión como a mí la idea de aquel hombre en su pecera a todos los turistas que son sometidos durante más de dos horas a los caprichos de la policía norteamericana. No después de que revisen con una lupa el contenido de su ordenador, tras todo el proceso de identificación, desnudo e incautación de “materiales de alto riesgo”, llámese champú o after-shave. De igual modo, poco sorprenderá el relato de Orwell a los biandantes en la Calle Montera, dentro del nuevo circuito de videovigilancia, ni a los que estén tramitando el nuevo D.N.I electrónico o fichen en el trabajo con la palma de su mano.

Me va a costar recordar esta anécdota como la gran idea que fue en su momento. Además, reconozco que la juventud nos delató, porque la pecera no es de un solo hombre. Son demasiados, y lo más preocupante es que entre ellos se encuentran quienes deberían representarnos. Ellos también tratan a los ciudadanos como sospechosos crónicos, según dicen, por nuestra seguridad… Es una pena, pero mi amigo tenía razón: lo malo es que desde una pecera no se puede preguntar mucho.

02 abril, 2008

Las escuelas también son para las niñas

“Iba a la escuela […] Me tuvieron tres semanas seguidas en un motel. Cuatro hombres me violaron. Yo gritaba, pero nadie podía oírme porque tenía la boca tapada. También llegaron otros hombres. No pude seguir asistiendo a la escuela. Siento tanta vergüenza y tengo la sensación de que todo el mundo me mira como si fuera una delincuente”. Cuando una niña se dirige cada mañana a la escuela, espera conocer, aprender y divertirse, no que le ocurra lo que a esta niña albanokosovar de 13 años. Sin embargo, según ha denunciado Amnistía Internacional, las niñas son víctimas de la violencia en escuelas de todo el mundo.

La educación es un derecho humano. Los Estados deben garantizar que todos los niños reciben una educación primaria obligatoria y gratuita. En cambio, desde Estados Unidos a China, muchas niñas van a la escuela cada día con miedo. No sólo a estudiantes, sino a profesores, a administradores y a desconocidos. El resultado es que tienen dificultades para aprender, pierden su autoestima y no vuelven. Solo vieron segregación, prejuicios y discriminación, el reflejo de una sociedad machista donde les consideran inferiores. Desde ese momento arrastrarán las consecuencias: entre otras, problemas emocionales y físicos, mayor riesgo de contraer VIH, dependencia económica y una dificultad para reivindicar sus derechos.

El acoso se ha generalizado en muchos países. La mitad de las niñas de Malawi confiesan que han sido presionadas por profesores o compañeros con alguna intención sexual. En las escuelas públicas estadounidenses más del 80% de las niñas de 12 a 16 años lo sufren, y es algo común en Honduras, México, Nicaragua y Panamá. También son numerosos los casos de agresión. Uno de los más recientes es el de la niña violada por cuatro muchachos en el lavabo de su colegio, en Grecia, mientras la grababan con su teléfono móvil.

A ello se suma el castigo corporal, que en 2006 seguía vigente en 94 países. Es inaceptable que a estas alturas aún se azote a las niñas con látigos o cables eléctricos, como ocurre en Haití, o se les arroje ácido, una práctica común en el sur de Asia.

La discriminación es, por distintos motivos, otra lacra que deja a muchas menores sin su derecho a la educación. El cobro de tasas escolares y otros gastos que se exigen en los centros, constituyen un obstáculo enorme para muchas familias, y las niñas, cuando es necesario elegir, tienen más probabilidades de exclusión. Además, en algunos lugares expulsan a las alumnas que quedan embarazadas. En Tanzania fueron expulsadas más de 14.000 alumnas por esta razón, a pesar de que en muchas ocasiones se debe a casos de violación o matrimonios de temprana edad.

También es preocupante la situación en las zonas de conflicto, donde más de 30 millones de niños no asisten a clases y las niñas son secuestradas por grupos armados, cuando no heridas, violadas o muertas. Un claro ejemplo es Sierra Leona. Durante la guerra civil alrededor de 3000 niñas fueron raptadas como esclavas sexuales.

Frente a estos hechos, muchas organizaciones civiles actúan a nivel local. En Togo, el grupo de apoyo Arc-en-Ciel lucha desde 2005 para evitar el acoso sexual, reducir la propagación del VIH/sida y crear enseñar a las niñas y adolescentes a defender sus derechos. El Programa H plantea otra necesidad en Brasil y México: ayudar a los jóvenes a cuestionar el machismo y promover la igualdad de género. En cambio, deberían ser los Estados los primeros responsables. Si no se acuerda un pacto global con medidas para que se cumpla el Derecho Internacional, será difícil una solución definitiva.
La violencia que hoy padecen estas niñas se reflejará también en las generaciones futuras. El miedo que hoy aprenden en las escuelas lo vivirán mañana en la sociedad. Ante esto, no basta con justificarse diciendo que no hay medios, porque la violencia siempre es evitable. Es cuestión de voluntad política para prohibir toda forma de violencia, apoyar a las víctimas y hacer de las escuelas lo que deberían ser, lugares seguros donde aprender y divertirse como lo que son: niñas.