10 septiembre, 2008

Y después de tanto... (I)















Harto de que no dejen
que las agujas se detengan,
le dije al tiempo
que teje lo incierto
"estoy en mi puta burbuja,
por favor, no vengas más"...


Y vuelvo al universo
donde vuela mi musa,
pintando versos,
trazando besos
de esos que te hacen recluso,
y pienso... Lo que ella vale
sólo lo saben las estrellas,
firmamento de retales
donde escribió sus iniciales.


Me pierdo...
Cojo el tic-tac de mis miedos
y lo krujo con un tam-tam,
melodía de muerdos
en noches que arden
incluso después del amanecer,
cuando uno no puede despertar
y desea con esperanza
que amenace con reaparecer.


Miedos...
Quién no los tiene
y quién los quiere...
Ya me dijo tu mirada
"si a ellos te atienes
lo pierdes todo".


Y desde el lodo del lloro
de mi yo interior
supe que tenía razón...
Me devoraba aquel infierno
hecho de espinas, enfermo
de un pasado plagado
de dardos llamados recuerdos,
donde el dolor quedó inserto,
pero..



¿Quién tiene la culpa?
Miro a mi alrededor y palpo
un mundo demasiado imperfecto
donde sólo tuve mala suerte.


Sí... Momentos tristes...
Y mentiras, muchas mentiras,
y huidas a escondidas...
Y cuando todo iba medio bien
que se vaya otra vez,
pero ésta para siempre...
Y esos ojos... Que me encojen
sin que nada les deje escoger.


Sí, mala suerte, la última bala,
puta balada que bailaba
sobre nuestra jodida nada,
la puta nada, la injusta nada,
fria, cruel y absurda inercia
como tu ausencia al dia siguiente.


Pero sé que querría
que pueda vencer,
que me habló de sueños
para que soñásemos,
para que aprendiera
a emprender el vuelo
mirando al cielo.


Y después de tanto
mirar hacia atrás con espanto
cierro los ojos sobre el alambre
y noto el universo tan grande
como ese verso que con hambre
quiere hacer libre al hombre.


Y después de tanto,
la vida es tantear lo que nos asombra
hasta la huida, bajo la cumbre,
bajo esa luz que nos alumbra
aunque se derrita con las sombras.


Después de tanto,
vago danto tumbos
entre la alegría y la tristeza,
esquizofrenia hecha de momentos
que a veces es mi lastre eterno,
pero... Después de todo...
en mi bolsillo queda una certeza:
sólo deseo que cada nanosegundo
de mi vida cunda hasta el final,
que sea tan hondo como andar
entre las caricias de un hada
mientras desliza su sonrisa
y se eriza su cabello,
el bello destello de placer
que nace entre dos labios
y su imperio, el intervalo
de susurros y magias sin adios.


No sé, a veces sueño...
((gracias))

03 septiembre, 2008

Ruido de raíles

Una nota, dos, tres… Las encadena con su sonrisa, que a menudo nubla el acordeón que encoge y expande con las manos mientras juega a afinar el universo entre sus dedos. Uno los confunde porque entonan la misma melodía, un tango sacado de la nostalgia y… Quién sabe, a veces suena a esperanza. Cuatro, cinco, seis… Esa mirada contrasta demasiado con las demás. En este vagón, como en todos, la gente no atiende a ningún paso. Cualquier detalle se pierde en el vacío de lo suburbano, donde nadie sabe si el de enfrente está ensimismado o, simplemente, ha dejado que le conviertan en otra máquina. El ruido de los raíles devora momentos como un tic-tac sin sentido, y en cada parada los que llegan al fin de su travesía o cambian de ruta se levantan sin hacer un solo gesto. Siete, ocho… Él no se detiene, pero sí su sonrisa, y se asusta.

Tres paradas. Cambia de vagón. Espera unos segundos. “Damas y caballeros, espero que les guste. Buen viaje”. Buen viaje… Se ríe; alguno le sigue, qué ironía. Y de nuevo se suceden las notas bajo su humilde imperio, otra calada de alegría. Nueve, diez, treinta… A mi lado, dos compañeras de clase charlan: una indecisa (“Joder, verás como suspenda. No sé… Con lo que he estudiado…”) y otra no tanto (“¿Qué dices? ¡ Si estaba tirado!”). Nada importante, pero es su epicentro. Cuarenta, cincuenta… Reconozco la canción por Barrio, una película que nunca he olvidado. Él le da otro toque, vuelve a sonar a añoranzas teñidas. Es su momento, quizá mucho más que una moneda. Imagino que en su bolso se funden las caras con las cruces. No sé si alguien en el vagón lo piensa, pero su mirada manda al desgüace eso de que no hay nada más certero que el dinero. Y me pierdo en su esperanza. Si existe algún profeta, debe ser un músico.

Sesenta, cien… Las máquinas siguen echando humo. Mis compañeras, como autómatas, piensan en alto. “Pfff… Podía dejar de tocar de una puta vez”. Las imágenes más jodidamente tristes de Barrio transcurren en un vagón y en un lanzamiento masivo de monedas, mientras los tres amigos (uno de ellos acaba de morir) observan y esta canción suena. Le miro. Creo que les ha oido. Los demás miran al reloj. Mierda de… Él no se detiene, pero sí su sonrisa.