18 diciembre, 2008

NO QUIERO FIRMAR


El alma es un palacio que no necesita llaves, un paraíso que nos refleja. Por eso buscamos miradas. En el mundo de la autoridad, de los odios y de los miedos, hay cadáveres vivos que gritan desde cualquier rincón que el alma no existe. Apuestan por su mente, a la que llaman razón, aunque esconda lo peor de ellos y sólo a veces tristes y tremendas dudas; también huidas vestidas de autoengaño.

De tanto sobrevalorar cráneos, muchos mastican intelectos con balances y porcentajes, para ver quién corre a un epicentro llamado poder. Aunque todos tengamos uno de esos, un buen cráneo, una cabeza ahí sujeta, cedemos el orgullo de gobernarlo a cambio de dictaduras, "democracias", monarquías y leyes, por ejemplo.


Mientras tanto, el corazón bombea. Es un músculo, dicen. Lo repiten. Una y otra vez. Pero cuando tengan enfrente al de la guadaña...Verán la vida y eso que llaman músculo de otra forma. Si les aterra acariciando con sus cuencas vacías, con el irremediable final, a su padre, a su madre, a sus abuelos, a un amigo, a un maestro... Tampoco pensarán en un músculo. Después de eso, todos tenemos el corazón en la cabeza, y no al revés. Todos olvidamos ese puto contrato que nos apunta, que nos vigila y nos hace esclavos: somos lo que tenemos, lo que parecemos y aquello a lo que aspiramos; piensa, sigue tu meta; pisa, písales, haz lo que debes; piensa; piensa... Lo olvidan, hasta que vuelven a la normalidad, cuando el tiempo hace de verdugo y lo más importante, lo que quedó, se pierde... Y vuelven a firmar su puto contrato.

Hace tiempo que no siento un músculo. Cada latido es un reflejo y cada mirada es el latido de otro alma, de alguien que acaricia con su vida y esconde un paraíso. Y... No quiero olvidar. No quiero firmar. No quiero ser otro puto cadáver.

15 diciembre, 2008

Sus pupilas

Tras la madrugada, dos párpados nerviosos se suicidan. Deciden decirle adiós al juego de dados, anteponer la cuestión de placer a la de Estado, sutil diferencia entre el ser y el parecer. Salto con ellos por la ventana. Es un decimoquinto piso, pero el asfalto esconde rabias y amortigua el impacto. Los vecinos observan, como si se tratase de un loco. Todavía hago y deshago el tiempo y sé distinguir colores. Pero ladran. Ladran. El miedo les convierte en perros. Admiro sus pupilas. Ya no están ahí. Decidieron escapar.