Todo ocurrió a medianoche. Quizás un poco más tarde, no estoy seguro. No importa. Inmediatamente antes mi oído era paz sobre el ombligo de un ángel mientras veía a nuestras manos reconocerse sin apenas rozarse.La burbuja se rompió y lo siguiente que recuerdo es que nuestras piernas se balanceaban sobre la luna.
No sé qué quieres de mí, dejando "peros" tras un amén como si fuera un crímen respirar cada fugaz momento.
Quién es el loco, siempre buscando educar, siempre pidiéndome más de lo que no soy.
Quién eres tú para juzgar mis pasos como si fueras un dios, pisándome sin pausas bajo los aplausos de tus putas cruces.
Cuándo esperas que yo me canse de gritar y arremeter contra mis penas ¿Cuándo? Dime cuándo esperas que reniegue de mi infierno si no consigo reconocerme sin éste veneno letal.
((En la planta de toxicómanos no todas son víctimas, tú les ofreciste mentiras y ellos encontraron otras que les gustaban más... Nada tan legítimo))
-Te repito que no sé nada- Contestó, dejando ver que sufría el bloqueo del débil.
Se paraliza. Siento sus temblores y adquiero un brillo especial. Otra noche más, jugamos a arrancar latidos en los callejones perdidos de ésta ciudad apestosa donde todos andan con una prisa hecha de cadenas, y nuestra nueva víctima es demasiado consciente de ello. El miedo no le va muy bien a su olor a cronómetro inyectado. No puede mirar a los ojos de mi jefe, que permanece callado, esperando. Sólo puede mirarme a mí, vislumbrar la orden, su futuro dos segundos después de volver a decir que no sabe nada. Pero el frío juega malas pasadas, y se le escapa. Un dedo contrae mi extremidad más mortífera, me obliga a susurrarle lo que ya temía.
En el laberinto juegan todos, a veces demasiado. Futuro, presente y pasado vagan ebrios, hablando de caos y soñando con nadas que nunca recordarán, aunque a veces crean que son algo. De vez en cuando alguien cae en que cuando una mirada se carga de odio y miedo es sólo una cárcel, y deja una pintada en la pared que habla de esperanza: nada más irreal que una cárcel.
Pero allí arriba una tormenta ríe con opulencia y mueve cuerdas. Algunos las notan y otros sienten también como tiran de ellos hasta escuchar el eco de su propia sangre. Quizá jueguen con nosotros, piensa un filósofo. Un rayo mató a Sócrates mientras hablaba de la verdad. Ahora le vigilan a él, por ser también un escéptico sin remedio. Pero, después de todo, las cuerdas le hacen callar. Como a muchos otros, el miedo le arranca la palabra a cambio de angustia. Un mal trato.
Y el laberinto crece y crece, hasta que mastica la esfera. Entonces el miedo se siente dueño y señor, y todos giran como gusanos en la inmensa manzana. Desde su tormenta les habla de producción, recursos y dinero. Poco a poco éste ve cómo el tomo de papel marcado llega hasta sus pies, y juega a lanzar algunos billetes al aire, a ver quién es el más avispado. Resulta. En sólo unos instantes de lucha hay tres millones de gusanos muertos - buena cifra a su parecer- , y un millonario. Entonces llama a éste último y le pide que escale la gran montaña de dinero para hacer negocios. Cuando el afortunado está llegando a la cima, resbala entre los papeles y cae. Sus billetes quedan atrapados en la espiral. Dentro de un rato, el miedo jugará de nuevo.
Entre tanto, a la estación sin viajes de ida llegan los pasajeros, gusanos pródigos, sin sus seres queridos, a buscarse la vida. La gran manzana, dicen, es un buen sitio para prosperar. En cambio, el final de la jornada nunca llega. El reloj perdió sus agujas y el tiempo se derrite con saña intermitente. Nadie sabe cuánto tiempo lleva dando vueltas; tampoco cuándo ni cómo podrá volver a casa. Y la tormenta ríe, juega, al son de sus cuerdas, mientras envía a sus esclavos a limpiar los muros que hablan de esperanza.