13 octubre, 2015

¡SIMPLE!

Notas caen del cielo en una tarde gris y la garganta de Sam Cooke desgarra las nubes para decirle a los charcos pisoteados que nada llueve como la esperanza. Hay una honda alegría, una testaruda inocencia donde su voz necesita posarse. En la habitación 706 de un hospital de Salamanca un caballero de 88 años recibe la noticia: el amor de su vida va a visitarle.

Recompuesto sobre la cama y aun después de una dura operación por la que apenas puede moverse, resuelve pedirle a su hijo que le afeite. Péiname, dame esa colonia que tanto le ha gustado siempre y dile al médico que quiero recibirla sentado, le dice. Aunque sentarse duele, poco le importa. Simplemente quiere esperarla. Ya sentado en el sillón, aguardando su llegada con la vista clavada en la puerta, el trasluz de las ventanas queda reducido a cero por el brillo de sus ojos de niño.

Las pupilas que esperan son las que más brillan, concluye una enfermera que pasa por allí y, sin ser alcahueta, se detiene a mirarle, sorprendida. Las pupilas que esperan recorren el pasillo, bajan las escaleras, queman las ruedas en cualquier distancia y abren con premura la puerta de su casa para besar el día con el deseo amaneciendo entre dos bocas.

Dicen que desde que nacemos nos acompaña una sombra. Unos hablan de la luz y otros de la muerte, pero, en realidad, poco saben de la muerte los segundos y menos aún de lo que vale la vida. O eso pienso mientras imagino a ese caballero sentado, esperando su vida entera.

Notas musicales desgarran nubes en una tarde gris. De un edificio sombrío sale una luz distinta, como riendo por las retinas, y nada tiene que ver, de primeras, pero la voz de Sam Cooke se siente aclarada. El corazón de ese hombre siempre estuvo ahí. 

¿Qué constata eso? Se preguntan las dudas que contemplan la escena desde los ventanales abiertos de su templo para insomnes ¡Simple!, concluye una. Que sí existe el amor eterno.

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