...querer volar hacia el fuego,
aunque sea como Ícaro,
con simples alas de cera…
El miedo a quemarme es pasajero,
siempre decide quedarse fuera
cuando se abren mis párpados
y su belleza me dice “pálpalo,
el indescriptible tacto de la quimera”.
Suelo buscar para mis ojos
el color de una señal precisa,
la envidia de todo reflejo:
sé que hay sonrisas preciosas.
Suelo mantener a mis sueños rehenes,
quiero darles un pasaje para que esperen,
día sí y día también,
el extraño tic-tac que aviva los andenes
cuando pasa el tren
de quien por quién eres siempre te quiere,
de quien quieres siempre por quién es,
siendo, dejándote ser.
Suelo vivir donde nadie me pide
algo a cambio de algo,
donde sin riendas cabalgan
el Tú y el Yo que sin miedos viven…
Allí, donde el nosotros se siente libre
porque se acabaron los dueños,
ahora envidiosos en telas de araña,
y somos para la sed y el hambre,
para bebernos y comernos sin timbres,
ni una sola prisa antes del postre.
Y suelo ser abecedario de los Suelo
en busca de tonterías que decirle,
recorrer palabras, buscar un cielo
de osadías sentidas para regalarle
por si algún día entiende por qué
suelo pensar sandeces a diario,
como que besar su piel sí es utopía
y conquistar la miel sus labios,
y abrazar el secreto imperio…
Hasta dejar su alma sin lencería.
En fin… No existe más frontera
que la piel de la palabra por decir…
“Déjame que te piense sin pensar
en pensarte, que todo prenda
aun cuando nadie lo comprende”,
le dejó escrito mi inconsciente
en una nota antes de partir.
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