13 octubre, 2006

Sus pies de barro

Estaba cansada. Medianoche. Quince minutos habían pasado desde que cruzó la puerta y entró en casa, tras un largo día de trabajo. El colchón le llamaba insistentemente, a la par que su hermano y otra chica con la que compartía piso lo hacían desde el salón, donde el televisor también resonaba al comienzo de cualquier teleserie. Pero ella no escuchaba. No quería. Necesitaba algo de soledad y, sobretodo, un poco de calma. Demasiadas preguntas y ni siquiera había podido sentarse a contestarlas. Así que volvió a abrir la puerta, esta vez para salir sin prisas. Escapó del portal y poco después de cada calle.

Por fin llegó al parque. Se tumbó cerca del río. ¿¿??. Algo fallaba: las estrellas de anoche no estaban allá arriba. Como siempre, las necesitaba, y no comprendía aquella ausencia. Quizás por eso su cara se tornó triste y una lágrima descendió lentamente hasta su mejilla izquierda cuando, tras incorporarse, cerró los ojos. En ese preciso momento comenzó a llover.

Una inmensa torre resplandecía de forma tenebrosa en medio del desierto. Bajo aquella siniestra construcción había nacido años atrás un bello oasis, lleno de vida, pero la autoridad y su peso no entendieron de respeto y sepultaron la savia. Ahora solo quedaba aquella torre, y el resplandor de un festival de velas que había comenzado en su interior con motivo de la reunión de los poderes y sus máximos representantes Abusos les llamaban a su llegada, en recepción. Ésta se encontraba a 20 metros de altura, donde fue creado un parking para aviones que permitiera alejar a los invitados de la muchedumbre que desde hacía años acudía hasta allí y desde abajo gritaba pidiendo ser recompensados por los daños causados, puesto que el oasis era el único recurso que los lugareños habían podido disfrutar para vivir más justamente desde que nacieron. Como respuesta, desde la primera protesta los dueños de la torre lanzaron toneladas y más toneladas de tierra sobre los manifestantes, de modo que estos tenían que correr y escalar para sobrevivir a cada uno de los ataques; además, también tenían que estar en estado de alerta constante por si acudían las máquinas de los amos, cuya misión era prensar la tierra de modo que esta, en bloque, sirviera de base a la torre y ésta fuese cada vez más inaccesible.

Aquella noche el cielo el cielo se cubrió de estrellas como nunca antes alguien hubiera podido imaginar. Una tras otra, llegaban y descendían; a ojos de los lugareños, parecían acercarse a verles a ellos, y también la torre y lo que allí ocurría. En aquel momento, grandes montones de arena empezaron a caer desde la torre. Muchos quedaron sepultados; otros consiguieron salir, pero rápidamente comenzaban a escarbar en busca de quienes faltaban. Los gritos no cesaban. Tampoco el desesperado movimiento, ni la agonía de la búsqueda aún incompleta… Hasta que todo se paró y quedó tan solo el silencio del sufrimiento y la rabia meditada, que no es tanto silencio si se escucha con los sentidos. Pero no se podía hacer nada más, sólo dejar pasar a la impotencia. Todos se fueron con ella a casa, probablemente. Cuando ya no había nadie bajo la torre, aún se podía oír dentro de ella el festejo, el baile y las risas de los amos y sus invitados, que en ningún momento habían parado de celebrar su reunión. Fue entonces cuando las estrellas, que habían visto todo lo ocurrido, comenzaron a llorar. Ellas, sueños eternos, necesitaban desahogarse, pues no eran, ni mucho menos, de piedra. Y millones de lágrimas cayeron. Los dueños de la torre no habían previsto aquel llanto. No previeron que en aquel desierto fuera a llover de ese modo. Por eso la torre empezó a hundirse e inclinarse.
Desde la lejanía, tras las dunas lo vieron quienes minutos antes habían tenido que huir. “¡Mirad hermanos! ¡La torre está desapareciendo!”. Y así era: la bestia tenía los pies de barro.

1 comentario:

  1. Pues el barro estropea muchísimo el parqué, no así los azulejos que se pueden limpiar muy bien...
    Joder viejo, cada día escribes mejor!

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