31 agosto, 2009

Abrapalabra





Me encanta jugar con las palabras. Mis sentidos tienden a recogerlo todo y mi memoria a desordenarlo. Mi alma, o como quiera llamársele, tiene la extraña costumbre de llevar las caricias y las puñaladas de la realidad al máximo exponente. y por eso nunca tengo calma y siempre me siento vivo, aun tirado en el sofá con la gaupasa de un domingo tras 48 horas sin dormir. Mi mente mientras tanto sintetiza confusión. Cada vez más, y eso puede ser experiencia o sinónimo de que soy un enloquecido crónico.

Cuando juego con las palabras me enfrento a mí mismo, a mis sentidos, a mi memoria, a mi alma y a mi mente. Lo que queda soy yo. Mañana probablemente seré otro con la nostalgia de lo que escribí ayer.

Últimamente escribo demasiado y parece que tengo atadas al cuello tremendas contradicciones que no me dejan ser, o me dejan ser en exceso, no sé. Así que he decidido no pensar en lo que escribo, no cambiar, no cuadrar, no obligarlo a ser poesía, relato o reflexión, no obligar a las palabras y al juego, no domesticarlos como si fueran el final y no el camino. La magia de las palabras está en que son un camino. Eso es lo único que tengo demasiado claro. Y en fin, si aquí aparecen juegos raros, una poesía que se repite, otra que tiene tres líneas, una reflexión absurda o un relato sin comienzo, nudo y desenlace, es que escribo mientras ando.


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