19 enero, 2011

La suerte nunca se olvida

A veces suenan campanas en la estación

aunque nuestro tiempo sea carretera;

siempre que nos encontramos

nos reimos de las agujas del reloj,

y no ocurre a menudo

pero la suerte nunca se olvida.


Nacen lo dulce y lo salaz

como nacen los besos entre bocas

y la claridad entre el hambre y la sed

a los que el instinto nos aboca.


Y descubro otro secreto jugando al escondite en tu nuca;

no sé si normalmente los ángeles se visten de demonios

pero por cómo te visten tus ojos intuyo que el truco

está en guardar silencio mientras ese secreto me educa.


Así siento cómo llega el éxodo

y en la cama se acomodan

el silencio, tus ojos y los electrodos

de nuestros cuerpos sin más aforo

que el vuelo de las horas

contigo y nuestra dulce prórroga,

las caricias que sin decir dialogan

al son de tus pupilas cardiólogas

y en mi memoria se acomodan,

en esa cálida y eterna eslora

de lo que adoras y luego añoras.


Desahuciamos a ésta vida rápida

entre las sábanas y otros hábitos,

jugamos durante horas a morar

momentos antes imposibles

y mientras te vi marchar pensé…

Tú que puedes, regálame algo increíble.


Luego sólo nos dijimos:

un abrazo y un beso de andén,

y siempre que te recuerdo sonrío,

pero cuesta despertar...




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