19 octubre, 2014

GRAVEDAD

Un hombre anónimo salta,
cansado de caminar bajo soportales
mendigando comida, dinero
y algo más necesario que nadie le da.

Harto de buscar y beber cartones
para taparse los dolores
que a ostia limpia dan el frío y la soledad,
porque las cosas se han torcido
y nadie da una acepción social a perdonar.

Cuántas veces pensó en la libertad
del "no poseer, nada que perder, todo por ganar";
proyectando en el horizonte un rojo cobrizo
tan caliente que si lo tocas caes bajo un hechizo:
vivir adrede y adrede jugar con la gravedad.

Así que estira los brazos,
en el deliro del litro y medio de Conquistador,
y cuando retoma la conciencia
sonríe con la timidez que suele sobrecoger
a quien se ve tan cerca el sol.

...

Mientras, 
la reina de corazones ha entristecido,
sentada en su trono para esclavos;
se enamoró de un hombre con extrañas alas,
ojos de príncipe y barbas de mendigo
que antes de ayer vio sobrevolar
su añejo mundo de los deseos encapotados. 

Desde allí arriba la invitó a volar
pero no sabe por dónde empezar
vistiendo tan molesto y pesado abrigo.

Que pegada a esos brazos oxidados
y una anticuada corona
no la separa del suelo
ni la suma gravedad de los suspiros.

¿Cómo cambiar la autoridad
por la rebeldía que llega a deshoras
cuando nadie la educó en la demora
de no poderse despegar?
...

Caronte desde entonces
se aburre de tantas sombras y monedas;
pues no quiere esperar cien años
para mostrarles que todo puede cambiar.

Cabizbajo, suplica a Hades
que quiere ir más allá del Aqueronte
y una sirena condenada
le habló de óceanos y playas
donde el viento sopla tan fuerte
que parecen uno el cielo, la tierra y el mar.

El dios, confuso, se enfada;
"de los difuntos a los enamorados", le dice,
hay mucho trecho y ya tienes varias fechas
para centenarios que no supieron reaccionar.

La excusa fue tan barata
que el barquero inventó sus propias alas,
y con un velero volante
izó su propia bandera y abandonó la oscuridad.

...

Pues todo puede ser mucho más simple,
olor a café, salir a la calle, 
reirle a la vida cuantas veces te quiera retar;
reescribir un sueño que anoche te salió triste,
que cuando suene la alarma 
los segundos cobren mucho más sentido,
ajenos a la obligación de tener que despertar.

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