20 octubre, 2014

LA CASA DE LAS FLORES

Hay un caballito de madera
entre las ruinas de esa vieja casa.

La llamaban "la de las flores"
octogenarias cotillas de esa calle
la perpendicular y la de más arriba
que al fresco de la medianoche
se delataban sutiles y envidiosas,
especulando sobre cuándo marchitarían.

Que si las riegan todos los días,
que si mañana o al otro se olvidarán;
que si finalmente ocurre
y se cierra el foro sobre esta distopía
qué nuevas alegrías
tienen pa'abanicarse antes de irse a acostar.

La llamaban "la de los ruidos",
niños chillando, niñas riendo;
madre y padre gritando,
padre y madre gimiendo...
Según pudiesen cuidar a sus hijos
o delegasen en los abuelos
en la caótica complementariedad
de inocencia, amor y deseo.

Ya no hay tejas ahí arriba,
ni una cuarta en sus paredes
y dicen los fantasmas
que todo juego y pasión han de acabar.

Pero el caballito de madera
no está tumbado
y quienes lo compraron
se regalaban ramos
pensando en compartir una vida
y poder despotricar al fresco
sobre absurdas coronas para funeral.

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