14 junio, 2015

UNA VEZ

Una vez morí. Corría un año sin número en una estación sin nombre. Sucedió tras un instante de esos que saben a frío y asco de tanta pena. O, mejor dicho, muchos. Instantes sumos y seguidos. Bien sabemos todos, aun sin estudios, que de un solo instante no muere nadie salvo que sea ahí fuera, en una ajena y repentina tragedia. Por dentro no, no muere nadie por un solo instante. Ni el canario de las soledades entonadas, fallecido siempre en mitad de las vacaciones de quien le enjaula.

Pero no quería yo hablar de la muerte, es tan común como aburrida. En un día impar de una estación florida, ya reinventado el tiempo, volví a verla. La chica de los ojos abismo y la sonrisa rebelde no era ella misma aquella tarde, con sal de olas desbocadas cayéndole diminutas por las mejillas. Le pregunté “todo bien, ¿no?”, con la irónica frialdad que mi coraza autoriza. Ella río por un momento, pero sus gafas de sol ni por asomo tapaban ese invierno de entrañas, color azabache, que en su boca apagaba el final de cada frase.

¿A qué llora? ¿Cuál de sus Yo habrá olvidado en la reyerta? ¿Acaso el verdadero? Que a menudo olvida desde que la conozco, por el que tanta alegría he construido y tantas ruinas describí, en esta osadía de soñar nuestras ideas (alas, piernas,viajes, locuras y pseudociencias) enredadas.

No me jodas ¿Qué cojones le digo ahora? Cuando cada lágrima es un bloque de hormigón aplastando aquel amor, eterno primero y, después y contra mí, fugaz, es difícil no pensar que la utopía y el tiempo casi nunca coexisten.

Qué coño le iba a decir. Ella buscaba, como yo busqué, un tesoro. Una suerte escondida en la isla que todos tienen en los mares propios, esa donde sólo naufraga uno mismo. Cada uno un mar; cada uno una isla y cada uno un cofre. Qué decir, ahora que vivo feliz, abriendo cocos, navegando a otros mundos, aunque sepa que ella, sin querer ni tener las llaves, aún brilla en el mío. Cómo explicarle que Todo Pasa sin que parezca un cumplido. Que sonriéndose uno ata las mortajas de cualquier tristeza, una vez pasado lo repentino. Que así se renace y así se avanza, y “Lo pasado, pasado No está”, pero es nuevo presente. Un ahora dibujado por dedos mucho más ágiles, creativos y alegres. Murales increíbles, de tantos colores que el blanco y el negro parecen un chiste.

No quiero yo hablar de la muerte, tan común como aburrida, pero mientras buscaba algo que decirle recordé que una vez morí. Y sólo articulé un silencio cómplice, una tristeza muda. Mientras callaba, yo mismo me ataba y, mientras me ataba, nos sonreí. Por si acaso la teoría se practica también al compartir. Por si los adentros se comunican y saben de un Te quiero feliz.


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