16 septiembre, 2015

RENACIMIENTO (I)

Mis días, 
estos nuevos de los que nada sabía,
nacen con rocío en las azoteas.

Ha crecido una flor, ahora de cristal, entre las baldosas
y observo el estado de excepción
que proclama en cada pétalo de su encanto
mientras el café me espabila el gusto y juega al calientamanos.

Hoy no trabajo
y tengo las obligaciones acurrucadas
bajo el fogón que es la cama
según va quedando para la buena memoria otro verano.

Subo las persianas,
me asomo al balcón para apagar las banderas
e izar la música.

Tiro las paredes que quedan
y me tumbo a mirar desde mi hogar desposeído
de cualquier cínica República.

Observo las gentes corriendo,
los coches que pitan y los pitos sin coches

en gargantas de agobiados crónicos
por calles sedientas de mejores ruidos.

Me pinto la cara, cojo el megáfono y grito:

“La guerrilla de los niños indomables
quiere vistas al mar
para no tener que aguantar vuestros desvaríos.

Que abran las compuertas de cada océano
y me mojen los dedos de los pies tras el orgasmo,
que del calambre quedan o estirados o contraidos”

Grito yo sólo mientras me río.

Después me pongo el bañador y salto
y repito con cabezonería el proceso
hasta sentir por dentro el espasmo.

En el cercanías al Invierno de los fríos abrigos
todos mueren varias veces por vida;
yo solo quiero aferrarme a la osadía
de haber renacido aun siendo mi único testigo.

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