15 septiembre, 2010

T.O.C.-T.O.C.

Me dolió tanto todo que ni sentía aquel alargado metal. Pasaban las semanas y cuando no arrastraba ya dolor alguno y mi carne estaba harta de ser violada por tanto veneno noté que sencillamente no era capaz de sentir nada. Solo una especie de paz periódicamente hambrienta, como si el mundo fuera irreal y mi placentera ilusión estática la verdad más absoluta.

Era la primera vez que iba a un especialista, a escondidas de familia y amigos, y fue la última. Su primera recomendación fue demasiado simple: "No te preocupes, es solo una pequeña enfermedad, más común de lo que crees; por el momento tómate esto y dime qué día de la semana puedes venir a partir de ahora".

Esa hija de puta me dio una maldita receta mientras se frotaba las manos por haber conseguido otro cliente más, tan enfermo para su doble moral como la necesidad que había adquirido ella de vivir como una Diosa material saqueando a quienes trataba como simples y siempre “recetables” iguales.

No escuché ni una sola pregunta que viniera al caso. Ella me dejaba hablar y hablar como quien oye llover sin escuchar una sola gota. Yo sentí tan claramente que se la sudaba lo que mi vergüenza le había ido a contar que ni a ella pude explicarle que toda aquella historia había comenzado con la más dulce historia de amor y había terminado con una serie innumerable de puñaladas que, mientras yo luchaba porque acabaran y todo volviera al principio, me habían dejado completamente desangrado en el suelo de mi hasta entonces inocente y orgulloso afán de demostrar que todo es posible si antes se ha soñado.

Así que me volví con las mismas a la calle y pensé que quizás aquello no tenía solución. Pasaron los días, cada vez más jodido, hasta que llegó el momento de la escapada. Fui a Turquía como quien va a un centro de desintoxicación y, por suerte, salí de Turquía como si nunca hubiera necesitado centro alguno. Suerte de conocer aquel lugar, de olvidar el malestar de mi cuerpo, el deseo insensato, las ganas de buscar… Todo, por muy jodido que, creedme, fue. Me salvé principalmente porque aprendí a ser con los demás de nuevo, mientras olvidaba cómo fui sin querer antes. No creo que sea necesario decir lo agradecido que estaré siempre a aquellos simpáticos bastardos, tan surrealistamente cabrones e involuntariamente inocentes como yo. Como decía, salí de allí como nuevo.

Hasta esta última semana no había vuelto a sentir lo que esa enfermedad, tal y como auguraba la euro-psicóloga, podía hacerme. Por segunda vez, aunque mucho más leve, he sufrido el mismo comienzo. El hecho de que algo me hastíe o de que alguien, sea un amigo, una amiga o lo que sea que sea, me falle y haga daño, debería ser motivo de enfado, de llanto, de huida, cabreo, decepción o mil cosas, pero nunca de auto-tormento. Del hecho a la idea, de la idea al dolor, cada vez más grande, como si al entrar en mi cabeza esa idea masticara mi cerebro y creciera con total libertad, por encima de mí y de mi voluntad. Ya no recordaba que era eso. Entre la movida personal y la académica ayer sentía que aquella maldita historia se iba a repetir.

Pero ésta vez, salvo las horas de insomnio, el ir y venir de ideas con la cabeza a doscientos por segundo sin poder decir palabra y un instante de pagarlo con cualquiera, conseguí escapar. Ningún metal, ni un solo miligramo de veneno, ni media gana de destruir o destruirme. Como si empezase a infravalorar lo que hay que infravalorar y no de nuevo a mí mismo. Nada. Cuando anoche por fin pude dormir había llegado a la conclusión de que hoy acabaría con todo ello, recordé aquel viaje y pensé en qué es lo que ésta vez me traería una sonrisa. Y aquí estoy, con un correo electrónico recién enviado que mando al tutor del doctorado a tomar por culo, con el rencor reducido a cero y, muy importante: con ganas de leer las decenas de libros pendientes, buscar toda la información que el puto doctorado no me dejó buscar y de verdad me interesaba y llenar los cientos de folios que vienen tras ésta “en principio” nota de final de una etapa y comienzo de otra que intuyo tremenda. Hay días que me llamo Orgullo. Cada vez me cuesta menos levantarme.

Y cuando oiga sus golpes en la puerta… T.O.C. - T.O.C …. le dejaré por debajo una nota muy clara:

A mí no volverá a cambiarme éste puto mundo.

2 comentarios: