05 julio, 2015

DE ETIQUETA

Siempre he odiado a la gente que parece perfecta. No por envidia, ni por simple y absurdo celo visceral, quizás por vergüenza. De no saber si fingen o aciertan. O puede que las dos cosas, si piensan en confundir más que en conocerse y crecer.

A los observadores siempre se nos viene el mundo grande. Vigilamos un plano, una composición. Cosas inertes, gentes con vida. Las cosas decoran, parecen y hacen parecer, pero no son dinámicas sin alguien a su lado, dándoles juego, tocándolas, otorgándoles la vida intermitente que, de otra forma, nunca tendrían. Con las personas todo es distinto. Las atamos a los dieciséis novenos de sus circunstancias en formato estático y si, por error, le damos a grabar video ellos siguen la cadena de ese error, se detienen y sonríen para la foto. En la cibersociedad el mundo gira así, con pausas para registros, ítems que ayudan a resumir aunque signifiquen generalizar. Carne de red social, el animal humano se vuelve menos animal y menos humano queriendo definir lo imprevisible, etiquetando lo imposible de definir con una sola unión de letras, una sola perspectiva para dibujantes y fotógrafos, una sola secuencia sin diálogos, voz en off ni gestos cambiantes. Reduciéndose al instante, al hecho sin matices, la sinopsis aburrida y facilona.

A los observadores siempre se nos viene el mundo encima. Te tumbas en pleno verano a ver la lluvia de perseidas. Las ves aparecer y desaparecer, de una en una, y al rato te descubres intentando abarcar todo el cielo, barriendo el universo con una dinámica obsesiva, a ver cuántas coinciden en un mismo segundo de fama. Entonces el universo cae y te las pierdes todas. Parecía buena la idea pero no, no obedece a la naturaleza de nuestras retinas ni a la esencia misma del arte del deleite. Necesaria singularidad.

Siempre he odiado a la gente que parece perfecta. Quizás por vergüenza. Menuda contradicción, haberse acostumbrado a juzgar sin saber. Si fingen o aciertan. Si sonríes y aceptas esa forma de ganar, perder, simplificar. O dar un paso atrás para volver a aprender. Sin aceptar. Sin sucumbir a ser o convertir a quien tienes enfrente en otra puta etiqueta.


Siempre he odiado a la gente que parece perfecta, sí. Consciente de que no existe, o no debería. A los observadores nos pierden las imperfecciones. Las taras, los errores, la suerte. Las casualidades que nos marcan, sin más.  

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